Nos carcomen nuestros fantasmas y sucede que nuestro pasado no nos abandona porque nosotros no sabemos cómo dejarlo morir, pasar la página con rapidez y comprender que aquello ya murió y sólo nos dejó los buenos recuerdos.
A la mitad del siglo más romántico de nuestra existencia, el siglo XIX, transcurren los años de la autora, la joven Emily Brontë, naciendo en un época en la que mujer no tenía no voz ni voto y a lo único a lo que podía emprender era a ser institutriz.
“Le amo más que a mí misma, y lo sé por esto: rezo cada noche para que pueda yo sobrevivirle, porque, antes que lo sea él, prefiero ser yo desdichada, y esto prueba que le amo más que a mí misma.”
Dejando este mundo a la corta edad de treinta años, conservando una incomparable juventud en su bella tumba, yéndose presurosamente de este mundo pocos meses después de la muerte de su hermano, dejándose morir por la terrible perdida y culminando su pesar con una inexorable tuberculosis.
Sin madre y con un padre autoritario tuvo que buscar una manera de ser, y a pesar de sus limitaciones el déspota de su padre, el reverendo Brontë, jamás les negó la literatura, lo cual indujo a sus hijos a la escritura y ahí comenzaron una vida de letras que aunque en un inicio fracasaron con sus poesías no dejaron de tratar y para 1847 Emily escribió Cumbres Borrascosas.
Una obra que habla más allá de sus páginas, que trata el amor, la pasión y sobretodo el sacrificio de los amantes; nunca nadie volvió a ser el mismo después de cruzar el camino con el egoísmo, el rencor y la venganza, más de uno salió herido, ya que quien juega con fuego corre el riesgo de quemarse y más perdió el que encendió la mecha que el que recibió la llama.
“La traición y la violencia son armas de doble filo que hieren a quienes las emplean, más que a sus enemigos.”
Mientras que algunos piensan que la muerte es el fin, otros descubren que sólo es el inicio de la vida misma, donde la violencia dejará que actúe aquel que más se reprimió, temiéndole a la sombra, escondiéndose en ella y en la ventisca del invierno mató a sus miedos, teniendo la osadía de salir en la tormenta para regresar reinventando, eliminando con las gotas de lluvia a sus monstruos de antaño.
Tanta humillación dejóme incomprendida, ya que no había valentía, había furia y aquel que era “débil” lo descubrías en su mentira; no todo el latón es ínfimo, ni todo el oro copioso, es necesario pulir el diamante para que alcance la bóveda celeste. Había que mirar a la distancia y comprender que no todo el cielo nublado era presagio de lluvia, entre las sombras del destino algunos le temían más a la vida que a la muerte.
“Él es el gran pensamiento de mi vida. Si todo lo demás pereciera y él se salvara, yo seguiría existiendo; y si todo lo demás viviera y él se aniquilara, el universo sería para mí un mundo extraño; yo no me sentiría parte de él.”
Tenemos y debemos ser fieles a nosotros mismo, nuestra luz al final del camino refleja aquel ocaso del que somos provenientes. Ser uno mismo en la raíz de dos seres, comprender que uno no es uno sin el otro, y que los brezares no solo se llevaban el ardor de un golpe o la lágrima salada, que el viento fundase dos almas en una y no supo separarlas cuando el mal (o el bien) ya estaba hecho. Catherine y Heathcliff, Heathcliff y Catherine, la misma raíz en dos almas, dejándole claro al mundo que uno no vivía sin el otro, ya que era el mismo.
Cualquiera que fuese la razón, si es que hubiese algunas, de su pasión, tan violenta y desquiciada, no podrá ser dada sin el grito a la verdad, aquella en la que comprendáis que la libertad estaba en nosotros, que nosotros éramos el aire que respiramos y que la distancia que ejercía una colina, el páramo, la tormenta o inclusive el mar no podría menguar la libertad que ejercía el uno sobre el otro, porque ese complemento finito, volvió eterna una pasión.
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