Saturday, October 5, 2013

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Nos movemos en masa. Porque colectivizamos el espíritu humano para hacerlo seguro y compartido, para ganar esa falsa razón a la que idolatramos sin ser más que un repudiado menhir al que le hemos dado algún sentido. Y los grajos no graznan sino que se ríen de nuestra bendita elocuencia, que necesitamos darle sentido al todo, y si se derrocha en falta, también a la nada.

Cabestros de poca guita, que no son capaces estos ramales de sujetar ni ser freno a la mente humana en eso de su curiosa evolución, el dar mil vueltas al mismo asunto, solo que en cada momento se dan cuenta de algo nuevo en el paisaje. Será el sol, el lucero o algún destello, el caso es que ellos lo llamaron “encender la bombillita” que es algo más artificial y al parecer, por paradoja, más natural al hombre. Lo otro, lo externo, lo de fuera, lo lúgubre y opaco, eso que espanta y que sólo los mitos supieron enfrentarse a ello y poner nombres propios, eso…eso carece de todo sentido, demasiada perplejidad nos declara nuestra madre natura, cuando nosotros hacemos las cosas más simples en los laboratorios, al menos, bajo control.


Nuestra inseguridad innata nos enloquece, el miedo a una muerte que aparentemente no se sabe cuándo va a llegar es la rama negra que nadie ha sabido desvelar. Hacemos de un alma un organismo, del amor un corazón, y con eso hemos solucionado todo. Porque estamos en la necesidad, como figurines sabelotodo de localizar y ponerle forma aquello que bauticemos con un nombre. ¡Pues no habrá cosas en el universo, en nuestra tierra o nuestros mares que todavía nos sean invisibles y hemos vivido siempre con ellos!

La banalidad de “la lógica aplastante” qué fútil es cuando salen de unos labios corruptos de resquemor, de superioridad, de maleante alevosía. Somos inseguros sí, porque somos insignificantes, porque nos pintamos así y no queremos verlo de otra forma. Sólo los hombres grandes han sabido resaltar, y los más grandes camuflarse con la humildad con el silencio, encantados de hacer de su trabajo el campo de su sabiduría. Esos grandes que bordaron lo inexplicable en el mantel donde comían, que le dieron rumbo y se defendieron de toda amenaza, sin necesidad de ponerse guantes de látex ni mascarilla. Ni de subirse a los altares ni predicar el por qué de las piedras. Somos gentes de lo más variopintas. Por ende, seamos libres, libres de buscar nuestra filosofía de vida común que atienda a la propia libertad, sin dejarnos engañar por otros, más dándonos cuenta de la verdad que nuestros sentidos nos ofrece.


Mientras todos anhelan la belleza de los cuadros de Velázquez, de Sorolla o Zurbarán, yo, daría lo que fuera por ver la paleta de pinturas que fue el partir, el derramar de colores fundidos entre sí para hallar la tonalidad exacta que dieran brillo a los ojos de un rey o al vestido de una dama, el génesis de esos bellos lienzos que hoy día, engalanan las tristes paredes frías de cualquier museo. Porque ahora todo es museo, como una feria de vanidades.

Sire 

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