El veneno recorría su cuerpo hasta la última arteria. Estaba totalmente contaminado por un dulcísimo fin. No le esperaba la muerte, se le abrían las puertas del paraíso de par en par, tan solo necesitaba que la droga surtiera efecto.
Arrastrando los pies con los que un día ascendió de las profundidades del Tártaro, se encontró sin comerlo ni beberlo inmerso en la danza de los perdidos en la que almas errantes en busca de un motivo para su existencia se movían al macabro son de la afable melodía de la vida.
De repente aparecieron esos ojos que concentraban todo el poder del mundo y por un instante toda su vida había adquirido sentido.
Sorprendente la fugacidad del momento, tanto que una vez comenzó a saborearlo, el veneno se había apoderado ya de todo su cuerpo. Esos ojos le habían penetrado en cada oscuro rincón de sucia alma y se habían diluido junto a aquella sustancia que se había apoderado de su ser.
No estaba vivo, no estaba muerto, simplemente condenado a deleitarse del único mal que alarga el tormento del hombre y por el que se alcanza la senda de los sueños, la esperanza.
Lobo Estepario
Arrastrando los pies con los que un día ascendió de las profundidades del Tártaro, se encontró sin comerlo ni beberlo inmerso en la danza de los perdidos en la que almas errantes en busca de un motivo para su existencia se movían al macabro son de la afable melodía de la vida.
De repente aparecieron esos ojos que concentraban todo el poder del mundo y por un instante toda su vida había adquirido sentido.
Sorprendente la fugacidad del momento, tanto que una vez comenzó a saborearlo, el veneno se había apoderado ya de todo su cuerpo. Esos ojos le habían penetrado en cada oscuro rincón de sucia alma y se habían diluido junto a aquella sustancia que se había apoderado de su ser.
No estaba vivo, no estaba muerto, simplemente condenado a deleitarse del único mal que alarga el tormento del hombre y por el que se alcanza la senda de los sueños, la esperanza.
Lobo Estepario
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