Saturday, September 14, 2013

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Esta expresión latina viene del Confiteor, oración en latín que sirve al pecador para iniciarse en eso de confesar sus pecados en íntimo recogimiento con Dios. Para los que quieran matizar sus pecados y aportarles mayor gravedad, existe la expresión mea maxima culpa, que se puede traducir "por mi gran culpa".

Es asombrosa la cantidad de gente que entona el mea culpa con golpecito en el pecho incluido, que imagino que será resultado de ese gusto por el drama que nos corroe. El problema, y lo que me trae a hablar aquí, es cuando el mea culpa es entonado porque te han inducido a que lo entones. Cuando alguien, subido en el taburete de su dignísima moralidad, dirige su dedo hacia cualquier persona que parece estar implicada en el mal funcionamiento de este, nuestro mundo de eterno cambio.

Necesitamos un culpable bien definido, que sea capaz de cargar con la responsabilidad de la incomprensión de lo que nos rodea.
La culpa es ese virus de índole viciosa que se instala en tu organismo, haces vida con él, llega el periodo de incubación y los síntomas empiezan a manifestarse si no luchas contra él. Empiezas a sentirte verdaderamente culpable y responsable de algo totalmente ajeno a ti. La culpa, en definitiva, te corrompe por dentro hasta que devora tu raciocinio y te llega a convertir en un ser digno del término kafkiano. Y lo peor de todo, es que deja en el cuerpo la necesidad de transmitir esa culpa, y dejarla reposar sobre los hombros de otra víctima.
   
Un ejemplo no muy lejano, está relacionado con la crisis. ¿Puede usted contar las veces que en los medios de comunicación se echaba la culpa al ciudadano medio por despilfarrar y derrochar su dinero libremente?. Me imagino que le harán falta dedos en las manos, tranquilo, lo comprendo. Cuente ahora las veces que se ha creído que usted, comprando ese chocolate que tanto le gusta, o realizando esas vacaciones después de doblar el lomo, ha sido el culpable de tal mal social. ¿Coinciden los números? vaya al médico a hacerse un chequeo, está incubando el virus culpae. Que me vengan diciendo lo mismo ahora, que han saltado las costuras de los bolsillos de señores y señoras que tenían por costumbre guardar dinero público.

Este es uno de los muchos ejemplos que han existido, existen y existirán. Porque todavía hay en todo ser humano esa necesidad de apuntar con el dedo acusador, firme  y moral, como si fuese el eterno gesto de "La vocación de San Mateo" de el gran Caravaggio. Así que si me permiten un consejo, entonen el mea culpa, no sientan vergüenza de reconocer sus errores, pero háganlo siempre libres de ese virus que corrompe el raciocinio.

Sanfermina

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