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Así se acababa con un sistema que había visto enterrar a cuatro presidentes del legislativo, gobiernos de quita y pon y un estado siempre pendiente de quiebra bordando la deuda y empobrecimiento. Durante aquella época de bonanza, la belle époque, que acompañaba al directorio, se desarrolló un amplio abanico de obras públicas que renovase las vías de comunicación y las mejorase. Una legislación consultiva, que no excusaba la ausencia de constitucionalidad y soberanía popular. Pero con todo ello, se devolvió el orden a las calles disminuyéndose brutalmente la conflictividad en las calles y altercados. Cara opuesta la que mostrara tras la caída de la dictablanda con la instauración del nuevo régimen de promesas sin cumplir e ilegitimidad para un pueblo mal acostumbrado.
La grandeza de aquella etapa se alcanzó con la Exposición hispanoamericana en Sevilla de 1929. La construcción de pabellones y de la tan visitada Plaza de España, uno de los monumentos más visitas de la ciudad hispalense. La cual se llevó el saldo de la Hacienda pública, con una crisis recién estallada en Wall Street que con brío y amenazante cruzó el océano para que una nube negra cubriese los cielos de Europa durante unos años de dura recuperación.
Las arcas del Estado, esas de las que solo nos acordamos cuando avisan de que se les ve el fondo. Dinero que desaparece para irse a otros lugares, a otros bolsillos. De los ladrones de políticos deshonrados que hicieron de su trabajo una labor ajena al servicio del sector público. Embustes, promesas no reconocidas y chabacanería. Palabras que se las lleva el viento y hacen perder credibilidad. España está pasando hambre, miles de voluntarios están día a día luchando por ayudar a sus vecinos con asociaciones civiles y religiosas, para alimentar y evitar que la pobreza esgrima la dignidad de sus paisanos.
No sólo no devuelven lo que roban, los políticos, sino que tampoco van a la cárcel. Aquí hay crimen sin castigo, un país sin ley que haga pesar toda la pena contra aquellos que atentan contra ese proyecto común, apoderándose ilícitamente. Y de eso se quejan muchos, y se aprovechan otras voces, para conseguir sus objetivos, tergiversando e intentado que el intrusismo no parezca del todo chapucero, como es el independentismo de Cataluña, esa voz latente de tiempos inmemorables que ha gritado de vergüenza no queriendo formar parte de este show que España le está dando al mundo, porque no quieren un “relaxing cup of café con leche”, porque lo que quieren es trabajar y prosperar.
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Desde mi punto de vista, nunca debe de perderse la cordura, y es mala costumbre de este país meter en el saco el trabajo laborioso de mucha gente, que se crispa por la crítica y se infravalora por la falta de conocimiento. El hecho de violar símbolos patrios debería de estar más que penado, porque si no eres capaz de querer a tu patria, no eres capaz de querer nada.
Sire
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