Monday, October 21, 2013

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Erase una vez, en una aldea escondida del bosque, donde los hombres y las mujeres cantaban de sol a sol, desde que amanecía hasta que se ocultaba, convirtiendo los campos y la cosecha en un musical diario. Los niños correteaban felices por las calles, jugando y bailando, y en alguna ocasión descansaban para ver cómo el chocolatero hacía deliciosos bombones en su taller.
Esta aldea no era una aldea cualquiera, sino que tenía como amigos a unos dragones. Éstos bajaban de la montaña a visitarlos y ayudarlos con sus tareas, pero sobre todo, a encender el fuego de sus hogares con el que calentarse al caer la noche.

Los campesinos y aldeanos estaban tan contentos, que muchas veces hacían banquetes para sus amigos con jugosa carne y fresco vino del que beber. Ya quedaban muy pocas comunidades de dragones en el mundo. Sólo una docena o menos de parientes esparcidos por los seis continentes. Algunas veces, en estas fiestas, se reunían todos para contar y escuchar las hazañas de caballeros y viejos dragones desde que el planeta tuvo vida y nacieron las aguas.

Los hombres también hacían campeonatos y festivales estacionales para medir su fuerza y su habilidad, pero uno de ellos Jerton, era un poco envidioso y siempre acababa el último, ocupando los dragones los primeros puestos de vencedores.

Entonces un día, aprovechando que todos estaban con la cosecha, él cogió una antorcha y le prendió fuego a la casa del gran jefe, culpando de inmediato a los únicos que sabían manejas el fuego y volviendo a todo el pueblo en contra de estas criaturas. Algunos intentaron calmar la situación y arreglarlo, pero el odio que supo gestar Jerton en la tribu hizo que todos le dieran la razón, enemistándose con los hacedores del fuego, y exiliándolos.

Con el tiempo, el frío llegó y Jerton, que siempre mantenía una vela encendida era el que podía dar calor a los hogares, poniendo precio a este trabajo que solían hacer los animales mágicos desterrados. Muchos de sus paisanos no podían pagar tanto dinero, por lo que acabaron muriendo de hambre y de frío; y así la población fue diezmándose.

El Gran jefe había nombrado héroe a Jerton, por su poder y el importante cometido que tenía para con sus vecinos, pero éste se quiso enriquecer de esta virtud, y fue así cómo consiguió hacerse con un tesoro. En cambio, todos empezaron a odiarlo por su tacañería y por haber hecho que los dragones se fuesen.

Pero un día, un joven llamado Prometeo emprendió camino sin decirle nada a nadie hasta la cueva de los dragones. Su madre estaba gravemente enferma y su padre había muerto en el campo trabajando porque no podía descansar si quería que su familia no muriese de frío. La nieve cubría hasta el alféizar de la ventana y de los nidos de las golondrinas caían estalactitas de hielo. Así pues este joven muchacho se adentró en el espesor del bosque no hallando nada más que caminos en todas las direcciones. Cuando Jerton, de noche, pasó por su casa para alumbrarlos y cobrar tal pago no encontró al joven y fue de inmediato a impedir que consiguiera su propósito.


Prometeo no paró hasta llegar a las puertas de la cueva, que durante la noche convertía la blanca nieve en naranja y un calor y vaho se desprendía del interior. Eran los suspiros de los dragones, quien atemorizados, durante décadas vivieron encerrados en su caverna.

Jerton llegó hasta Prometeo y con un hacha intentó matarlo, pero el muchacho era ágil y esquivaba todos los movimientos de su adversario. Pero se resbaló y cayó al suelo quedando su pierna inmóvil entre unas rocas de la guarida. De repente un humo blanco salió del interior de la cueva y entre esa niebla, un dragón rojo como la sangre que agarró a Jerton y lo llevó hasta el acantilado, volando con sus alas, hasta que lo despeñó entre las afiladas rocas que allí había. Así pues, el dragón mató a la bestia en la que se había convertido el hombre.

De regreso soltó una llamarada de luz que penetró en la oscuridad de la noche, rasgando el silencio inquietante del bosque y derritiendo la nieve de los árboles. La criatura volvió a su guarida liberando a Prometeo y dándole en una mecha eterna la llama que necesitaba como signo de amistad.


Al llegar a la aldea Prometeo se convirtió en el nuevo héroe y los dragones recibieron las disculpas de todo el pueblo, siendo bienvenidos nuevamente en un festín en su honor. 

Robin

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