Cuánto ha dado de qué hablar la Segunda Guerra Mundial. Sin lugar a dudas engendró a una generación de escritores traumatizados y sufridores que vieron un mundo caído y a una Europa renacer de sus cenizas. Una joven y entrañable Mary Renault, viajera y cuya ocupación de voluntaria enfermera durante el desastre la ayudó a adentrarse en un ambiente perfecto para años después retratar con maestría la que sería su novela: “El Auriga”
Ni que decir tiene el baño filosófico en el que está sumergido el título. Personalmente, el mito del auriga es uno de los más maravillosos de los que uno puede encontrarse en la primera época, del devenir y génesis del pensamiento occidental. El Auriga, de Sócrates, viene a simbolizar el equilibrio que deben de tener nuestras almas, el rostro más apolíneo, dócil jamelgo que se guía por el camino marcado; mientras que el más dionisíaco, oscura y siniestra montura que muestra el placer y el devenir, el jolgorio y la sensibilidad, lo pasional frente a lo racional, el que le cuesta sostenerse por la vereda correcta y tiende a caballear por praderas ajenas, teniendo el auriga que sellar la templanza y medir la equidad de uno y otro, siendo ese el resultado de nuestra alma.
Cualquiera podría sugerir cualquier otro mito, que sucumbiera al deseo y a la flexibilidad, apegándose como una lapa a la inspiración que cautivó a Renault, pero en cambio, se alejó de Narciso, de Morfeo u Orfeo para acercarse a Sócrates. Y es que, si quizá puedo desvelarlo, este libre pensador que acabó muriendo con la cicuta al ponerse el sol, comparte con los personajes su orientación.
En efecto, es una literatura muy alejada de los rebosantes escaparates y carteleras. Pero a pesar de su temática, muy “alternativa” orientada hacia un público concreto (pero apta para todos, por la sutileza con la que borda y entreteje, con la mayor naturalidad, como es y deben de tratarse las relaciones personales) fue a principios del siglo XXI un Best-seller. Publicada por primera vez en 1953, la historia que Renault nos cuenta, tiene un in media res de lo más peculiar de la batalla de Dunkerque. Por entonces los ingleses habían hecho frente en solitario a las amenazas de Hitler, habiendo sido ocupada Francia y los Países Bajos, encontrándose neutrales los países escandinavos y España, sin olvidar la posición unida al Eje de Italia y la URSS. La emboscada que los stukas le hicieron a los soldados es la razón y motor que provoca el encuentro del Cabo Laurie con Andrew, un joven apartado de la guerra y del belicismo. Una oveja negra en la sociedad al no apoyar al “ejército de Su Majestad”.
No podemos olvidarnos del contexto. No podemos dejar en el tintero la influencia que tenía el carisma y cada una de las palabras que Winston Churchill predicaba para alentar a la población a que no se rindieran y defendiesen sus vidas, lo que le costaría lo prometido: sangre, sudor y lágrimas. Aun siendo el motivo principal el de la guerra, no deja de ser motor el amor que siente Laurie por sus pretendientes, y cómo el lector, inocentemente busca “el beso” que nos avise de la elección que ya ha tomado el muchacho del que nosotros estamos pendientes siempre detrás. Al principio de la historia la autora nos muestra unas “letras privadas”, de tal manera que quedamos como intrusos ante el papel, pero que poco a poco se va desvelando, y lo que parecía que presenciábamos desde una esquina, ahora parece que vamos siendo arropados y más cómplices del joven perdido en sí, que no busca otra cosa distinta a querer encontrarse y hacer ese camino con la persona que verdaderamente deba de serlo.
Aprovecha además Mary Renault para hacer una crítica, muy actual, a un mundo clandestino ante la ética que día a día va ganando posiciones en el escalafón de la igualdad. Ella critica el hecho de que la figura más característica del colectivo al que le dedica esta obra y al que ella misma pertenecía, es un monigote sensacionalista libertino y ameno, pero nada real, fuera de representar en absoluto a todos los miembros que la integran, dice algo así, en boca de los jóvenes: “una mitad odia a la otra mitad, y sin embargo necesitan estar unidos si quieren conseguirlo”
Símbolos como los verdes jardines británicos a los que escapan, las caladas de cigarrillos constantes o el alcohol que rebosa en sus copas son elementos fundamentales que hacen alejar del mundanal ruido a los personajes para adentrarlos en una atmósfera más consoladora y placentera, donde verdaderamente parecen poder ocuparse de sus problemas y solucionarlos. La decoración, las fiestas, algo de celos y promesas son el retrato con sutileza y el fino trato que da y hace que esta obra, El Auriga, sea una excepcional novela, tanto que no sabes si odiarla o quererla, pues hace que vayas caminando por la línea del estoicismo y la pasión, como verdaderamente va el auriga con ambos caballos por el sendero.

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