Con esta frase de Música para camaleones se retrataba uno de los novelistas más importantes del siglo XX de Estados Unidos. Su nombre era Truman Capote, y su vida cumplió con el ideal del sueño americano, pasar de no ser nada a serlo todo. Pero como Chet Baker, los años dorados pasaron dejando esas motas de polvo fugaz que se mantienen suspendidas en el cielo para quienes alzan la cabeza y las observan en la memoria. Nueva Orleáns lo arropó en la metáfora de la orfandad y lo vio crecer como niño enclenque, que luchó con la palabra por defender la flaqueza de sus virtudes. Pronto pasó a ser alguien a quien todo el mundo conocía y en la que la indiferencia no iba ligada. O se le odiaba o se le quería por la facilidad que tenía al contar historias, pero lejos de esa dicotomía no había más que la ruptura de una familia incomprendida, unos padres divorciados y los vaivenes de su madre que lo acercaron a temprana edad a ser un nuevo huésped de la Gran Manzana. Nueva York había estado apagada durante años, renaciendo sus luces en la noche y brillando sobre el Hudson al acabar la segunda de las guerras más dañinas. Fue entonces cuando, entre tantas bajas, pudo encontrar un empleo en el “New Yorker” que le sirvió para ganar confianza en el oficio, acabando por publicar uno de sus primitivos textos acogidos por la gran aceptación de un estoico y atormentado público neoyorquino.
Sin lugar a dudas su gran obra fue A sangre fría, una novela que retrata a una familia pecada en la rutina, en la humildad, en la formalidad que se enfrenta a un sangriento crimen, narrando el final desenlace de los asesinos. Siguiendo la génesis de Bodas de Sangre (Federico García Lorca) Truman, coge esta idea de una noticia, es decir, la novela está basada en hechos reales, y se mete de lleno en las vidas de los asesinos, ganándose su amistad en el período que están en la prisión hasta que son ajusticiados con la pena de muerte, en la horca, estando el mismo escritor presente.
Aquello marcó un antes y un después en el pensamiento y figura del personaje más mediático de la época, el cual, salía rodeado de famosos en las revistas del corazón, asistiendo a la boda de Marilyn Monroe con Arthur Miller, o criticando a M. Jagger como a media Hollywood.
Pero sin lugar a dudas, una de sus novelas más queridas, y la primera de ellas, fue Desayuno con Diamantes. La base que dio vida a Audrey Hepburn cantando Moon River, o enfrentada en el escaparate de la lujosa tienda de joyas. Todo el mundo quería desayunar en este lugar, era la flor y nata de la sociedad del entonces y así lo hizo ver este joven rubio que declaró públicamente su homosexualidad años antes. 1958 sería la puerta que abriría una agitada década que contaría con el asesinato de Kennedy, el sueño frustrado de Luther King y una inquieta guerra fría con su caza de brujas correspondiente en ambos lados del telón de acero.
Años después, un viejo y delicado Capote artífice de la “cena del siglo” que fue capaz de congregar a todas las celebridades en una fiesta orquestada por él mismo, viniendo desde distintos puntos de Estados Unidos incluso de Europa, consiguiendo así uno de sus sueños. Con la publicación de Música para camaleones, la popularidad de Truman Capote cayó con avaricia siendo olvidado por sus amigos los cuales habían sido intrusos de su libro, desenterrando hachas de guerra frustradas y removiendo entre los escombros de falsos perdones. Criticando a sus semejantes contestando una entera opinión pública en contra de su frívola idea de sacar los trapos sucios y exhibirlos a sus lectores.
Una terrible depresión en sus últimos años lo llevó a autodestruirse acabando por morir de sobredosis, adicto a los psicofármacos conjugados con el alcohol, el 25 de agosto de 1984. Había sido el crítico más criticado, el hombre de terciopelo que acercó el soberbio sabor de Tiffanys a todos los hogares, que contagió de terror la desconfianza de un homicidio y que tras haber llegado a lo más alto, sus alas desvastadas por la codicia desistieron de esfuerzos ensimismándose él mismo y dando fin a un mito que para algunos sigue flameando en los cielos de la alta sociedad de glamour y despilfarro.
Sire

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