Sunday, August 4, 2013

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¿Quién hubiera pensado jamás que la magia del cine, que los inocentes dibujos animados dedicados a los niños se hubieran tintado de política para contraatacar desde la conciencia infantil?

Un lavado de cerebro. Una historia que con alevosía e ingenio se cuenta. Porque así fue como siempre lo hizo la Casa Blanca.
La Segunda GuerraMundial provocó el avance en la ciencia, una ciencia negra, orientada a producir muertes en vez de salvar vidas. A crear campos de concentración y aniquilar en masa vorazmente a cuantos padecían el infortunio de haberse metido entre ceja y ceja del Führer. Su lucha fue la deshonra de poner la virtud del mundo en un campo de batalla, contaminando la tierra, el mar y el aire de panzers, portaviones y stukas.


Nace entre bombardeos el Keep calm and carry on inglés. La publicidad de la resistencia estaba impresa en las calles, y para quien no lo sepa, éste cartel estaba reservado para cuando los nazis pisaran Londres, así pues, en un cajón del despacho de Churchill, jamás tuvo ocasión de ver la luz, hasta una fecha remotamente cercana a la nuestra. El ánimo se servía por la fuerza del patriotismo. Las soberbias islas británicas eran la antesala que cubría a los valientes Estados Unidos de América, que como siempre, se meten en contienda con tardanza, cuando ya las municiones se han gastado y los combatientes lo dan todo por perdido. El tío Sam se remangó la camisa para dar fuerte en las narices a las Valkirias.
La alucinante época de entre guerras, devastada por una crisis cuyo resurgimiento se dividía en dos teorías. La primera, el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, que se basaba en reforzar la economía atendiendo a un control de las finanzas entre otras buenas ideas que sacaran a flote un ya flojizo capitalismo que apuntaba a maneras; mientras que en Europa, los germanos con el saludo del brazo en alto, llevaban a cabo la carrera armamentística, sacando al país de la miseria en la que estaba hundida a unos niveles de paro cero. Todos trabajando por y para un canciller elegido por voluntad popular, que hacía que las potencias le devolviesen la honra quitada en la Conferencia de París, una vieja Europa que se reía de raza y en su cara, los alemanes sacaron las garras para arañar con rabia y devolver el abuso.

La publicidad fue pues un arma más en el juego del belicismo. El ministro de publicidad alemán decía que una mentira dicha mil veces se convertía en verdad. Ya no solo se jugaba con metralla, sino con la conciencia del hombre, hechos para combatir en los frentes con el armamento más poderoso que hubiera hasta el momento. Igualmente, nadie se quedaba atrás en humillar al oponente.
No tuvieron la más mínima idea de la resposabilidad que tuvieron hombres como Stalin, Hiter, Mussolini, Franco, Churchill, Leclerc, De Gaulle, Roosevelt… jefes de Estado que movilizaron hombres del mundo entero, que en defensa de la paz pusieron sus ejércitos al servicio de la crueldad y de la negra pena que causa ese desastre. Disney tintó con humor la posguerra, intentado justificar la majadería que a fin de cuentas es un nudo político que no se puede desatar con la lengua.



Sire

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