Querría hablar del futuro, querría hablar de un paisaje ideal. Llanuras de cosechas de diferentes colores de trigo. La arboleda al fondo. La casa junto al río sombreada por las algodonadas nubes blancas en el inmenso cielo azul que acompañan a un sol, en una esquina del papel mientras al fondo se avistan unas tímidas montañas picudas.
Quisiera contaros la infinitud tranquila que ese pintoresco panorama seduce. Haceros una idea, de un día de mayo, bajo el sol de la Toscana. Cigarras que coquetas tiemblan sus patitas, mientras con las delanteras se acicalan. Mariposas que bailan con el viento. El olor que trae la brisa, la humedad del río, el verdor de los juncos. Eso es paisaje. Eso es mundo. Eso es vida.
Qué alejado queda un inocente dibujo por el que hemos paseado, sin darnos cuenta, gracias a la creatividad de un niño de cinco años. La idea que todavía no cae en la corrupción del arte. Que le digan: haz un dibujo. Y se envalentone con sus ceras de colores a exprimir la estética de un recuerdo que todavía no ha vivido. Resuena la vieja castilla, el presto verano de Vivaldi, la arena que se eleva en el camino. El sol que se pega en el rostro y la voz de una madre que pregona el nombre de los hijos desde la ventana a la hora de comer.
No seré Freud ni ningún otro psicoanalista para ver el desajuste sexual que tiene ese niño en pintar cuan suculento paisaje, pero sí pienso como Schrodinger y llego a la conclusión, de que vivo o muerto, aquí hay gato encerrado. El futuro siempre incierto tiene otro carisma, otros colores, otros matices. La gama de vivos temples se prediga en una alta escala de grises, blancos impolutos y demás variedad aséptica que no entone emoción.
Qué remedio el de tener que imitar a Orwell, y ser un fantoche profeta al que a nadie agrada con viles palabras de desesperación y torpeza. Pero qué me piden, si viendo cómo está el patio, no sucumbe en la imaginación, ni tan siquiera, la simple idea de libertad. Por lo que lucharon en tantas revoluciones, la libertad, no será más que un juego de palabras serigrafiadas en ese diccionario de arcaísmos que tuvieron relevancia en ese sumiso pasado que tanto enamora. Patrias inexistentes, refugiados de soledad, gusto perdido ante la sustitución de un plato de comida por pastillas de vitaminas, al estilo astronauta. Bloques de pisos de habitaciones como nichos que sustituyen a los altivos monumentos destruidos por otra inevitable guerra mundial. Céspedes enlosetados por duros hormigones que no dejan brotar ni el más intrépido recuerdo a naturaleza.
Cómo siento que la vida sea tan estudiada. Que la ciencia no pueda apiadarse del sentimiento, de la pasión, de un retiro que el alma necesita. Que hayamos perdido la ética, y que todo valga. Que los valores de solidaridad, de fraternidad, de tolerancia, de respeto de cuando el hombre apostó por la democracia, se pierdan ensordecidas, en una tiranía absoluta de una madre Europa que no tuvo piedad en destruir monarquías o repúblicas.
La vida, hay que verla como una puerta entre abierta. Dejar de pensar que el hombre es una máquina, o un indecente y simple mono. Pensar en el milagro. De qué sirve alargar con medicamentos, con amargos jarabes o nanopastillas, si de todas maneras, no hacemos más que estorbar. Nos cargamos el planeta, nos lo comemos, lo engullimos y para cuando queremos acordar, nos da por contribuir a su salvación. Será un entre todos lo mataron, y él solo se murió. Él sólo nos murió. Para dentro de dos siglos, nuestro intrépido conocimiento nos habrá hecho inmortales. Las urbes serán polígonos herméticos donde la lluvia no pasará. Alguna maravilla enclaustrada en una burbuja. Nos verán como bárbaros sedentarios, mientras ellos, ya habrá creado autovías en los cielos. Habrán colonizado nuevos mundos como las antiguas potencias hicieron con los continentes más desprotegidos.
Está en nuestra mano cambiar el paisaje, corregir los trazos de un humo gris por un cielo azul decorado con algodonadas nubes blancas. Está en nosotros el aprender del pasado, de ese siglo veinte que fue un auténtico laboratorio de errores y atrocidades. De aprender a convivir con nosotros, con el entorno. Decía Miguel de Cervantes en boca de Don Quijote: El pasado es historia, el futuro un misterio, pero el hoy, Sancho amigo mío, es un regalo, y por eso lo llaman presente. Creamos y construyamos un presente digno, que con pies de plomo y paso firme nos deje a los hombres y mujeres imaginar un futuro mejor, más merecido. No tengan en cambio miedo al progreso, estén con él y no toleren que se vuelva contra ustedes. Muchas gracias por su tiempo.
Sire

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