Friday, May 31, 2013

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Empecinados están siempre en hallar dicotomía para crear desigualdades. La fórmula de Shakespeare que tanto se repite continuamente, en cada camino bifurcado: ser o no ser, ¿qué otra opción distinta se desea diferente a alguna de esas dos expuestas? ¿qué libertad se aprecia si solo se tienen dos términos que te desagradan y prefieres que el tiempo pase y éste decida por ti? En gracia cae la pregunta de discriminar al que nace y al que se hace. Como en todo, los escritores, también se apuñalan constantemente con esas intenciones, creyéndose dóciles desde la cuna a ser galanes espadachines para con las letras, mientras que otros apostaron más tarde por el caballo ganador. Siguen siendo los ríos de Manrique los que van a dar a la mar que fuera el morir, donde expuestos quedan los señoríos a verse acabar y consumir.

Sea como fuere, escritor nacido, o escritor convexo hallado en mitad del camino, se enfrenta al toro que acecha sin rostro ni piel y que enviste a la inspiración con cuernos de acero. No hay nada más fiero que un papel en blanco.
En efecto, llenos estaremos de ideas, prófugas que se suceden y evolucionan en nuestra mente como olas que se mecen en la marejada, engulléndose una dentro de otras y brotando espuma blanca en medio del océano. Muy bonito todo, incluso la tempestad, dentro de nosotros mismos, pero, ¿quién fuera capaz de dejar su mano girar y bailar para escribir lo que siente y lo que piensa? Ahí está la dificultad. El hombre, y la mujer por supuesto, por muy virtuosos que sean, la intuición no siempre les acompaña y se convierte un auténtico desafío el contar con un papel en blanco delante de la mirada.

El que novela sabe, que las palabras exactas deben ser claras si acaso quiere encontrarse con él mismo y lo que en su mente se hierve a lo largo de la historia. Divagar un poco es lo ideal, pero más ideal una frase lapidaria que de breve rebose sentido, fuerza y carisma. Pena es cuando las puertas del Parnaso se te cierran y las musas que antes, cálidas te abrazaban con sus delicadas manos, ahora se ha convertido aquel monte, monumento erguido a la inspiración, en un huracán de polvo y cenizas, de una alcoba vacía donde solo se almacenan recuerdos del ayer. ¡Ábrete Parnaso! ¿Cuántas veces no habremos deseado eso? Tendremos facilidad para escribir, para contar, para relatar, en cambio esa fiebre de la palabra, que nos enferma su ausencia convierte todas nuestras olas que vibran inestables, en esqueletos de barcas varadas en la triste orilla de una playa gris.


Al poeta en cambio le cuesta la rima, y tirando de los versos blancos quizá salga del apuro. Pero éstos son mucho más difíciles que el resto. A muchos, a mí personalmente, no nos gustan, porque se ha abusado mucho de ellos. No todo vale, si alguna vez remarcamos y enarbolamos la bandera de la república de las letras, ya podemos ir deshaciéndonos y dándole el cetro a las élites, que no son más que las amigas, de las cuales el pueblo quiere deshacerse.  Fingimos querer ser iguales, cuando nosotros mismos decidimos marcar la diferencia. Un juego hipócrita de reglas inventadas que no deja a nadie indiferente en la partida. Pues sí, el verso libre. El verso libre no entiende de rima, porque la vida, para decir muchas de las cosas que se sienten en la vida cotidiana no se halla rima para contarla. Un mundo sin cadencias, que va a la deriva.


Ese es el sufrir con perspectiva que muchos escritores tenemos. Enfrentarnos a un papel blanco, huérfano, que no trasmite nada más que frialdad, asépticas, desafiantes y sin cariño. El arte nuestro de domarlo hasta hacerlo nuestro, darle forma y por fin, ser libres. 

Sire

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