Tuesday, April 2, 2013

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Por todos es sabido que España es un Reino por el que han desfilado desde su unificación como confederación de reinos -Aragón, Castilla, Navarra, Granada…- varias dinastías como fueron Trastamara (Reyes Católicos), Austria, Borbón y la tenue aparición de Saboya junto con Bonaparte.
Pero también son muchos los que se han saltado algún que otro capítulo de nuestra historia, creyéndolo conocer teñido de plena subjetividad, reinventándolos como nadie y sirviéndose de adulterarlos para utilizarlos a su libre albedrío e interés. Es conocida la forma que tienen los republicanos esporádicos de desacreditar a la Corona y alegar su ilegitimidad por haber sido designada como herencia de la dictadura.

Corrían tiempos difíciles y convulsos, más que los actuales, en la política española. Tiempos en los que se sucedían los ministerios y presidencias del gobierno de un bando a otro constante; nombrando e intentando encontrar al capaz de salvar el mal de España, en el que a principios de siglo estaba inmersa: derrota en la guerra colonial contra Estados Unidos y pérdida de Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Guam, con las consiguiente venta a la Alemania de Bismarck el resto de enclaves marítimos del Pacífico ( Palaos, Marianas); contando también con la indignación de la gente, siendo época del arraigo sindical, de anarquistas y socialistas. Un cansado turnismo que desanimaba a la población a votar por la falta de confianza; y sin olvidar la Guerra con África y el Desastre en Annual que fue decisivo para que se diese un carpetazo en la mesa y se dijese un basta ya.

Ese basta ya se llevó la democracia, una democracia en la que el parlamento había enterrado asesinados a seis presidentes del Gobierno y los papeles seguían sobre la mesa. El capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, presenta su propuesta a Su Majestad Alfonso XIII, quien, en desconsuelo y esperando deseoso que se solucionaran todos los males del país, autorizó la dictadura, supervisando y estando en contacto en todo momento con el nuevo “presidente”. Sin lugar a dudas esa no fue una época sombría: Por fin se acabó victoriosa la guerra con África con el Desembarco de Alhucemas (1925), se mejoraron las vías férreas y el servicio por carreteras de tiempos de Isabel II. Se proyectó una imagen fuerte ante el mundo con la Exposición Universalen Sevilla (Construyéndose en homenaje la conocida Plaza de España). De primeras Primo de Rivera contaba con el apoyo de muchos partidos políticos, entre ellos los socialistas de Pablo Iglesias, la sociedad con ansias de que se estabilizase el panorama y llegase la tranquilidad, y el mismo Rey.
 
Con una buena coyuntura económica, floreciendo los años de la belle époque en toda Europa, el problema era minúsculo. Hasta el crack de la bolsa de Nueva York, donde pusimos la guinda en 1929 de una entrada en la bancarrota y una deuda que nos volvería a dejar a la cola del desarrollo. Ante este suceso, Miguel Primo de Rivera presenta su dimisión y se exilia a Francia donde finalmente muere.

La población amnésica, de nuevo hundida en la miseria echa las culpas de la situación al Rey, por haberlo tolerado por lo que se intenta volver a la realidad democrática con Dámaso Berenguer y el Almirante Aznar. Éste último, con deseo de volver a la estabilidad crea elecciones municipales, siendo determinantes para conocimiento de si el rey contaba con el apoyo de las masas. En los pueblos sale victorioso, no contando importancia por la fuerza del todavía caciquismo; en cambio, en las ciudades les retiran las simpatías siendo las jornadas del 12 al 14 de abril de 1931 decisivas para suerte de España.

Ante conocimiento de los resultados electorales, se hace una reunión en el domicilio del doctor Gregorio Marañón en Madrid donde acude Niceto Alcalá Zamora, representante de la República y el Conde de Romanones, íntimo del rey, que asiste en su lugar. Se debate durante unas horas con fundamento la situación, y al término de ésta se aconseja al monarca a salir del país, viajando en su mismo Duesenberg desde el Palacio Real hasta Valencia, y de allí a Francia hasta Inglaterra. Sucediéndoles lo mismo al resto de la familia Real al día siguiente. Éste fue el último mensaje del Rey:

“Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.
No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos. También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles”

La II Repúblicaquedó instaurada, envuelta en una atmósfera de gozo y alegría, pues España estaba evolucionando y con ello vendrían las mejoras para todos. La Constitución, por su carácter izquierdista, tenía los años contados. Las confrontaciones se multiplicaban, el gobierno republicano no ejercía ningún poder sobre el orden y España finalmente quedó dividida en dos. A todo esto, las Cortes republicanas acusaron a Alfonso XIII de alta traición, condenándolo como el más vil delincuente y pidiendo que cualquier español lo aprehendiera si en territorio nacional se avistara. Avisando de que todos sus bienes pasasen a formar parte del Estado. Esto no fue más que otra anécdota del mismo valor revolucionario que residía a las puertas del Congreso, una unión con la URSS que nos costaría el vaciar las arcas y reservas de Oro del Banco de España por una ayuda miserable a la república durante la Guerra Civil.

Es bien sabida la relación que tenían Francisco Franco y Alfonso XIII, a raíz de los éxitos del primero haciendo destacada labor con el ejército en África. En 1923 fue condecorado con la Orden Militar y nombrado Gentilhombre de Cámara con Ejercicio, además de ser el rey padrino en su boda con Carmen Polo. Viene por tanto a conocerse la Gran traición de este hombre, no solo al rey, sino a todos sus colegas y amigos, por ambición y ansias de poder.

Nombrado generalísimo durante los años de Guerra, con intenciones de retirarlo al término de ésta y volver a instaurar la monarquía de nuevo, no fue posible debido a que por circunstancias curiosas de la vida murieron en accidentes algunos de los hombres que podrían haberle hecho sombra (El General Mola, Sanjurjo), al igual que dejó morir a manos del bando republicano a José Antonio Primo de Rivera (Fundador de Falange Española). Muertos todos, incluido el Rey (Roma 1941) era innegable que el régimen acabaría hasta que el dictador falleciese.

Se recuperan los valores de Grandeza, rescatándose símbolos de los Reyes Católicos como el Águila de San Juan, el Yugo y las flechas. Ante todo la unidad, y el remarcar constantemente la victoria por los sublevados, un rencor que se gesta poco a poco en el silencio y que cobra vida en los años posteriores a la Transición.
 
La monarquía por su parte, en el exilio trataba con Franco negociaciones políticas que le dejaran volver a España, consiguiéndose solo con Juan Carlos, hijo de Don Juan y nieto de Victoria Eugenia y Alfonso XIII. Evolucionada la situación y calmados los nervios, díjose que España recaería en manos de la monarquía –No porque Franco lo dijera, sino porque la Casa Real de Borbón no había relegado sus derechos sucesorios con el exilio en 1931-
El día decisivo para el asunto fue el bautizo del príncipeFelipe, autorizando a la familia a asistir a la celebración, por religiosidades del generalísimo que en ese aspecto era algo más benevolente. Con la llegada de Victoria Eugenia, última reina consorte de España, coincidieron en el Palacio de Liria de Madrid, organizado por los duques de Alba, Franco y la viuda consorte, la cual le dijo:

 -General.- ésta es la última vez que nos veremos en vida. Quiero pedirle una cosa. Usted, que tanto ha hecho por España, termine la obra. Designe Rey de España. Ya son tres. Elija. Hágalo en vida. Si no, no habrá Rey. Que no quede para cuando estemos muertos. Ésta es la única y última petición que le hace su Reina. Franco, emocionado, le contestó con firmeza: -Serán cumplidos los deseos de Vuestra Majestad. Doña Victoria dio por terminada la entrevista, liberando, cortésmente, a Franco: -Yo sé cuántas son las ocupaciones de un hombre de Estado. No se preocupe de mí...

Esa sería la última vez que Victoria Eugenia pisara España, falleciendo al año siguiente de esta entrevista, en 1969.
La voluntad de cumplir con la legalidad y dignidad de la sucesión no la tuvo Franco, sino todos los españoles, que votando la Constitución de 1978elaborada por la gran mayoría de partidos políticos (representantes de la heterogeneidad ideológica) dejaron clara su aprobación.
Don Juan, por su parte, que durante la dictadura repudiaba a Franco, mantuvo contacto con jefes políticos de toda Europa, preparando el regreso tras conceder de su padre el derecho sucesorio, y finalmente, por las frustradas circunstancias, tuvo que relegar en su hijo: ¡Majestad:Por España, todo por España!¡Viva España!¡Viva el Rey!

Sire

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