Ella ha bebido la miel de sus besos, la probó y degusto cada comisura de sus labios, nunca creyó que pudiera llegar a querer con esa fuerza. Él robó la esencia de aquella mujer, la conquistó sin ni siquiera mirarla, la conquistó con una sola palabra.
Cada despertar volteaba ver su fotografía; era un simple marco vació, pero ella sabía que lo llenaría en algún punto de su vida, se alistaba con sencillez, no había quien inspirase ese recato que la mujer le da a su ser amado, el de ella se encontraba perdido.
Él la hacía llorar sin ni siquiera hablarle, siempre fue amable y sincero, la defendía muy sutilmente, tampoco quería que ella malinterpretase los cortes de su misma forma de ser. Realmente él la respetaba, pero ella no se conformaba con ello.
Ella le hacía ilusión oírlo hablar; pobre mujer su timidez, la hacía caer en espacios desconocidos, un día era estrella fugaz y al siguiente era una cueva llena de penumbras. Quería hacerse la fuerte, pero siempre terminaba por doblegar esa vara de rectitud, a ella le era imposible alcanzar la autodisciplina.
El amor le había roto ya una vez el corazón y nunca pudo reponerse de ello, tantos caminos le recordaban esa triste caída; optó por la bendita soledad, esa que estaba con ella en cada segundo, en sus lecturas, en sus escritos, en sus lágrimas y hasta en sus alegrías.
Hombres gañanes que envenenan los labios de una mujer, le dan a probar, la conquistan, le hablan con belleza y la dejan.
Anely Civy

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