Thursday, April 4, 2013

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¡Pero qué belleza! la dulce niña vivía en un palacio de cristal, tenía peldaños con mosaicos dorados, chimeneas ardiendo con la mejor leña, los jardines estaban llenos de alcatraces, podías escuchar el cantar de un gorrión a kilómetros de distancia: era un lugar soñado; ella vivía en su propio cuento de hadas donde la más hermosa reina la había coronado princesa del lugar.

Días de lluvia, días soleados, días con nieve, días nublados. El clima era lo que menos influía en el estado de la pequeña, todos la que la rodeaban le daban a su alteza el más preciado regalo que Dios le dio a los hombres, el regalo de la compañía. La pequeña rebosaba de alegría, los sirvientes la querían, las criadas la querían, la reina la quería, pero el amor que ella más apreciaba era el de su amado padre, el rey del palacio de cristal.

Salían en la carroza a visitar a los desprotegidos, corrían por veredas para conseguir su alimento favorito, el fruto de la vid, paseaban a los más hermosos galgos, ella decía que eran sus bellos caballos, su madre jamás permitió que le compraran un poni, pero definitivamente lo que ella más apreciaba de sus días largos eran sus noches de juego. Él la trataba como toda una mujer y le enseñaba trucos que ni los más experimentados jugadores entenderían, ella era muy lista, pero él era muy sabio. 

En los largos viajes del rey, la pequeña princesa lo añoraba, ella lo quería más que a su madre, él era su héroe, él era su vida. Nadie pensaría que ese sería un viaje decisivo para Atenea, la pequeña princesa.
Catorce grados, oscuro, nublado, lluvioso; era muy tarde y la reina se encontraba con el inconveniente de haberle dado descanso a las criadas, las prendas finas del rey se mojaban y la deliciosa cena de la reina se quemada. 

¿Puedes ayudarme querido?

 Una fiera nació del corazón del rey, molesto e indignado se mofó de la reina. Nadie sabe que pasó en ese viaje, pero ese viaje le cambio. El querido Rey del palacio de cristal había muerto. 
Aquella noche, la pequeña Atenea enfrentó a su padre por tal comportamiento, ella tan solo quería un poco de agua y se encontró con una tormenta. Ese fue el primer duelo que perdió, porque esa madrugada el reino perdió a su Rey, la reina perdió a su marido, pero Atenea perdió su interés, perdió su tranquilidad, perdió su inocencia, perdió su corona. 

Anely Civy

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