Querida mía, que con un pincel te retrato, marcando tus gestos y la bella curva que aparece en tu sonrisa. Un tango moderado, un tú y un yo que hace aproximarnos, al compás del ritmo, con la garra de la pasión y el desenfreno, querida mía.
¿Cuántas danzas han acabado en amor? ¿Cuántos valses han huido a su pesar? ¿Cuánta música murió enterrada en el mar? Es el sonido natural, pues el cantar, la banda sonora que decora el caminar en nuestras vidas. ¿Cómo agradecemos, tan ridículamente, pues sin pensarlo, el hecho de que haya alguna melodía adherida al séptimo arte? No se den cuenta, pero la música es la clave y esencia de muchas de sus actuaciones. En la antigua Grecia, se preparaba en combate con música, aparte de otras prácticas, pero no cualquier música, sino una en especial que requiriese de timbales y trompetas. Una marcha militar, marcial, que entrase en el alma y la alistase para la victoria en una batalla del todos contra todos. Igual pasa con las saetas, que de tristeza proyectan el sufrir que le conmueve, o las mismas bandas cuya función primordial es la de alentar a los costaleros a que no les desfallezca el ánimo matando al silencio.
Música… cómo de bonito hubiese sido haber estado en los últimos instantes del hundimiento del Titanic, y escuchar el “Cerca de ti señor” que como no podía ser de otra forma, pecaba de razón. La profecía que se cumplió, mientras la leal orquesta seguía amenizando la catastrófica y gélida velada en las aguas atlánticas.
Nada más que lo que he escrito de primeras hubiera perdido sentido si no hubiese introducido la música, el baile, y en concreto el tango, que ya dice mucho, sin mediar palabra.
Pues todo ello tiene nombre, y los sabios lo apodan como la teoría del Ethos, o de las emociones. En efecto, si tu alma desconsolada se encuentra, nunca jamás pensará en remediar su sed de felicidad con alegres canciones, sino que optará por las más tristes. Y es que menos por menos es más, y la música empatiza contigo, se mueve y te mueve, haciendo que subas y veas la luz, sacándote de un pozo sin fondo, sin necesidad de nadie. Ay música, musiké.
Tampoco se te ocurra poner en la feria de Abril de Sevilla una elegía, porque no guarda ningún sentido. En cambio, las bulerías, los pasodobles incluso, y por supuesto las sevillanas, son más que obligatorias. Alegrar alegran, y hacen que inconscientemente te muevas, tu cuerpo, solo, tus manos, tus pies. Y que no te lo pregunten dos veces, que echado en cañas y buen vino con la guitarra bien templá, la fiesta está asegurada. Y ahora, que me quiten lo “bailao”
Sire
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