Thursday, April 11, 2013

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Que la nota la ponga el son, que el sabor la sal, y tu cuerpo querido, a menos de dos metros del mío.
Ya sé cuan tarde se ha hecho el gusto del rencuentro. Cuántas mañanas pensativas, difusas y de misivas alzando la mirada sobre el vacío, ese que se encuentra en un falso punto, que al buscarlo recuperas la memoria y con ella, las ganas de volverte a perder.

Acordarte del antaño, del dolorido atardecer que hacía insensible el amanecer, por muy tenue que fuera. Tarde se nos ha hecho, pero el placer, por volverte a ver, ha sido mío. Te extrañaba, acariciaba tu rostro al aire y sentía, como si te tratases del viento, arropado ante la brisa cuando alegre soplaba. Llamar y ruborizarse sin que nadie lo vea, nerviosismo que agita tu cuerpo; intriga que aspira tu corazón, pues no hay más actuación fuera de escena. Que alguien responda y decir tu nombre, ay tu nombre… y contestar sabiendo quien era. Conocidos que anduvieron con mucha rapidez, buscándose por caminos separados. Sombras que aguardaban en la oscuridad pero que al juntarse fundían la noche en luz propia. Un destello pequeño, quasi diminuto, tan sutil que rasgaba con recelo lo negro y dejaba observar lo que la intriga y curiosidad buscan ver.
Hablarte de nuevo, pero de distinta manera. Por primera vez. Qué le vamos a hacer a una primera vez si son como las primeras impresiones, marcan y te predeterminan a pensar y actuar de una forma, que tu mente aguarda, aunque tú ya no lo recuerdes.

Esa llama que surge sin más, que se enciende y se aproxima. Que yace y calienta tu sentir, tu palpitar. Acércate y deja que te vea de cerca; ábrele las puertas de tu cuerpo, esas que privaste al resto. Mira fijamente y olvida sus ventajas, sabes que eso de nada sirve si acaso no es para vacilar ante los demás. No te interesan, tú, te enamoraste de sus bondadosos inconvenientes, los que te hacían reír, sus tupidos fallos que sabían a inocencia.

Da una oportunidad, si acaso crees que la necesita y no te ha robado ya la llave que abre todas tus puertas y secretos. Se hace de rogar, mientras lo va seduciendo. Le vuelve la cara y en cambio se la acaricia, se miran, et voilá.

Lovelace 

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