Saturday, March 9, 2013

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En este mes tendrá lugar el aniversario de uno de los autores más cercanos a mi tierra, por haber nacido en la misma y haber compartido los pasos por las calles a diferentes edades. Hablaré de él, de Pedro Antonio de Alarcón, pero antes, de la ciudad, la que lo marcó y lo determinó. De la que habló y narró historias. Marco de fantasía a un romanticismo fugaz asentado en el realismo de las costumbres, con todos ustedes, Guadix.

Hay ciudades tan antiguas como el tiempo, civilizaciones asentadas que perduran por siempre inculcando costumbres a las generaciones venideras. Hay pueblos con ese encanto especial, con duende. Callejas vacías, adoquinadas, que al margen dejan nacer casas con arcos, ventanas con rejas y fachadas encaladas donde los rincones encierran memorias del pasado siempre presente.

Una ciudad dieciochesca, con edificios señoriales, en recuerdo de aquella toma y fuero cedido los Reyes católicos de España, tras la expulsión de los moriscos y demás hijos del califato. El corregimiento trajo a los duques y marqueses más distinguidos, invitados a danzar por sus calles de señores que brindan un suspiro al tiempo. El poder eclesiástico, cuna de las diócesis, primera en la península, que celebra el símbolo más magno y lleno de esplendor como es la Catedral. Tradición, cultura, gastronomía, paisaje y paisanaje. Esos son solo algunos de los motivos por los que esta ciudad, Guadix, recibe a tantos turistas de todos los lugares del mundo. Sus monumentos como el Palacio de Villalegre, Visconti o Peñaflor, la Alcazaba, los templos, la plaza de los Corregidores cuentan con incansables historias y melodías por escuchar. Porque desde los tiempos de la colonia Acci, pasando por Wadi-as, llegando al nombre actual, se ha convertido en una ciudad de voces. Escolanos y coros han llevado el sonido propio de este característico lugar que no deja al visitante indiferente.

Tras la devastadora guerra, la destrucción de mucho de nuestro patrimonio fue evidente, convirtiéndose en lo que es actualmente la ciudad, con un mayor mercado del inmueble donde antes había campos anegados de fructíferas huertas. Es una ciudad muy volcada con la música, con la cultura, siendo el ciclo internacional de Guadix Clásica uno de sus mayores atractivos, junto con la influencia del Conservatorio Profesional de Música o los Premios Nacionales de Periodismo Pedro Antonio de Alarcón. La Semana Santa accitana y el Cascamorras son grandes fiestas y celebraciones reconocidas por los turistas, y las cuevas, el mayor atractivo que hace a esta ciudad, junto con su marco de tierras arcillosas y encrucijada estratégica en una importante localidad, capital de la comarca.

Teniendo al lado Sierra Nevada o varios puertos de montaña para esquiar o practicar deportes de invierno, la costa tropical o almeriense, incluso la cercana Granada como enclave turístico, contando nuestra urbe con muy buenos medios de transportes y comunicación por su condición de cruce de caminos.

Desde mi punto de vista, esta ciudad ha vivido activamente en la historia, desde la expulsión de los Jesuitas, la llegada de los Reyes Católicos o la tala de los bosques colindantes que navegaron bajo la enseña de la Armada Invencible, como barcos de Felipe II. Conquistando el río de la Plata y dando nombre a la capital de Argentina por Pedro de Mendoza, hasta la Guerra de Independencia, donde un escritor del costumbrismo narraría las hazañas del carbonero alcalde, que con piel de bronce se ensañó contra el enemigo asaltante. Y es que los accitanos, han sido siempre de virtudes idiosincrásicas, gentes de sol y humor propio. Amigos de los visitantes y de sus paisanos. Pero si algo tengo que resaltar de esta bella ciudad, no son los monumentos, ni sus gentes, sino sus cielos. Los atardeceres rojizos, violetas o anaranjados. Rosaceos que se amalgaman entre algodones blancos al amanecer y que allá, tras el torreón del Ferro se esconden al crepúsculo del tiempo. Ver la ciudad invadida y gobernada, entre sus montes, por condición de hoya, de un cielo inmenso que acompaña muchas veces a condicionar el pensamiento de sus gentes, gentes que han habitado por siglos, en las entrañas de la misma tierra.

Sire

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