Millones de personas miraban atentas, bajo un manto de lluvia fina en la plaza de San Pedro el color del humo que desprendía la fumata.
Uno de los cónclaves más breves que la historia haya tenido. A la quinta iba la vencida, cuando la suerte estaba echada y el colegio cardenalicio ya había elegido al electo sucesor que relegaría, desde la silla de San Pedro una época de convulsión e inestable apariencia, para dar paso a un cambio, que aunque no lo haya proclamado todavía, desde su primera intervención, son claras las intenciones.
Francisco I, Papa jesuita, seguidor de san Francisco de Asís, de San Ignacio de Loyola, y hoy día, ungido con la gracia de Dios, encomendado por el Espíritu Santo para llevar a cabo una de las misiones más difíciles que se le pide a un humilde servidor, el de ser pastor de la Iglesia. Una Iglesia que a día de hoy está llena de dificultades y encuentra muchas piedras en su camino a las que tendrá que hacer frente en el progreso común de evangelizar y hacer llegar la palabra de Cristo a todos los pueblos que a ella se acojan.
Es un momento decisivo, esplendor en el que el 19 de Marzo, día de San José, será pontificado este obispo, ya de Roma. Es la primera vez que se escoge a un cardenal argentino, y es por eso que se muestra el gesto que tiene la Iglesia de prosperar y avanzar, empezando su jerarquía a universalizarse con plenitud, llegando a formar parte de ella personas externas al viejo continente.
Símbolos de sencillez, de servidumbre, de humildad son algunos los que muestra este afable candidato a llevar el ministerio apostólico. El hecho de tener como lengua madre el español, por su procedencia hispanoamericana, hace que se puedan fortalecer los lazos existentes entre España y la Santa Sede , renovando y actualizando, poniendo a disposición de las circunstancias y las consecuencias lo que esté de la mano, para favorecer un entendimiento y acuerdo común. Es el Reino de España un Estado católico por historia, aunque es evidente la pronunciada transición que se está experimentando de multitud de personas hacia el agnosticismo o el ateísmo, por su repulsa al mal ejemplo obrado en el pasado por la institución eclesiástica, muy apegada a la soberbia.
Es por tanto por lo que, rememorando a Miguel de Unamuno advierto de que, hay que ser padres de nuestro futuro, y no hijos de nuestro pasado. Es una gran oportunidad la que se nos brinda, aprovechando los nuevos tiempos que corren y los impulsos favorables a renovar las antiguas costumbres de pensamientos hostiles. Aconsejados por los valores cristianos, vivan, de la manera más fiel y firme a ustedes mismos, sin ataduras religiosas sino personales, de la forma más justa, que favorezca al bienestar de todos y respete las sanas condiciones del prójimo.
Vivimos tiempos en los que se viola constantemente las opiniones de los demás, en las que no se razona si no es imponiendo las condiciones propias y no queriendo premiar con la razón a aquellos que no nos compartan el pensamiento. Sean libres ustedes, y dejen que los demás gocen de este derecho que utópicamente ha querido ser innato al hombre. Hagan de sus virtudes labor, para el beneficio común, y no malgasten su valioso tiempo ahondando heridas en donde ya no queda sangre. Demos un voto de confianza a este cambio que el emérito obispo de Roma, Benedicto XVI, ha favorecido con su cese provocando el estado de sede vacante. Las profecías parecen haberse disimulado al tiempo de que el ave blanca se disponía a enfriar los humos de la fumata. Sit, Dei voluntas.
Sire

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