Monday, March 11, 2013

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"Agua y miel, difícil mezcla".

Fue lo primero que pensó cuando vio a aquel chico sentado en una silla de esa carcomida facultad. Decía que una primera impresión no podía ser equívoca. Y resultó que la equívoca era ella.

Se convirtió rápido en un extraño compañero de viajes, literalmente. Su último trayecto tenía como objetivo perderse.

Subidos en ese Fiat sólo se escuchaban risas y a Phil Collins a ese volumen en el que se oye la música por los poros de la piel. Sabían dónde querían ir, aunque decidieron desviarse antes y hacer el viaje más emocionante. Ella pendiente del navegador y con un sentido de la orientación no muy fiable. Él disfrutando de ese sol que tostaba su brazo y de la carretera. Los dos buscando ese olor a sal.

Encontraron el camino. O eso pensaban. Llegaron a una calle sin salida, sin ser destino aquel el buscado. Él soltó una sonora carcajada. Llevaba unos cuantos kilómetros a su espalda. Ella sorprendida, también sonrió. Pensaba que no había mejor metáfora de su vida que aquella calle.

Cerraron los ojos. No muy lejos se encontraron la tierra de marineros. No tardó en quitarse los zapatos.
"Quiero sentir la arena en mis pies", decía él.
Quería disfrutar el momento con todos los sentidos. Momento, que era lo que para ella resultó ser, porque el tiempo vivido con él no era solo tiempo, sino momentos.

Se sentaron el uno junto al otro, mirando al mar, por fin olían a sal, a miel y a agua.


Liz

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