¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera,
hoy, junto a ti, metido en tus raíces,
hablarte como entonces,
como cuando descalzo por tus verdes orillas
iba a tu mar robándole caracoles y algas!
.
…Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes,
por haberte llevado tantos años conmigo,
por haberte cantado casi todos los días,
llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso,
lo luminoso que me aconteciera.
.
…Siénteme cerca, escúchame
igual que si mi nombre, si todo yo tangible,
proyectado en la cal hirviente de tus muros,
sobre tus farallones hundidos o en los huecos
de tus antiguas tumbas o en las olas te hablara.
Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte.
.
…Yo sé que lo lejano,
sí, que lo más lejano, aunque se llame
Mar de Solís o Río de la Plata ,
no hace que los oídos
de tu siempre dispuesto corazón no me oigan.
Por encima del mar voy de nuevo a cantarte.
Por encima del mar, desde la orilla americana del atlántico, divisaba con el corazón Alberti, el poeta marinero que añoraba en el exilio a Cádiz, su Puerto de Santa María que lo vio nacer, que lo vio morir. Un hombre que vivió las tempestades que deparó el siglo XX (1902-1999) en todo su esplendor. Su vinculación al partido comunista incompatible con el régimen tirano que venció al fratricidio, junto con su colaboración en las checas, lo hicieron dejar su tierra, y sobre todo su mar, para cruzarlo de una vez, ese inmenso Atlántico donde veía nacer el sol cada mañana. Poetas como él, que al igual que pájaros en la copa de un árbol, al escuchar un disparo salen volando en todas direcciones.
En cambio, fueron otros los que no pudieron echar a volar a tiempo. La guerra se cebó con la literatura, fusiló las alas de Federico García Lorca, acabando por sesgar la muerte su alma. Una intentona de ser salvado por su paisano Luis Rosales, falangista e importante miembro de la CEDA en Granada, que finalmente no pudo evitar su ejecución. Lorca que versó a su tierra, fiel a la República que había traído la libertad de la que no se gozaba en tiempos de Primo de Rivera. La melancolía, nostalgia, pureza y difusión de una forma folclórica de las costumbres fueron impronta y sello de identidad de su poesía y dramas, difundiéndose no solo en libros, sino también en los escenarios que la Barraca representaba.
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos
va entre naranjos y olivos
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros(…)
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros(…)
Sire

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