Es durante esos años de incertidumbre política e inestabilidad por saber a manos de quién andamos, cuando brota, a principios del XIX, el romanticismo más puro en España. Los tópicos que llegan desde aquellos países más allá de los Pirineos encandecen la evasión, el sentimiento sobre todo, a excepción de este país que sufre uno de los acontecimientos históricos más importantes: Fernando VII, el peor rey que ha desfilado por la casa de Borbón, el más vil, cobarde y corrupto de todos los reyes hispanos, no dudó en vender su reino a Napoleón a cambio de unos pocos millones de reales y una lujosa residencia en Francia, mientras sus compatriotas se dejaban la vida luchando en su nombre y en el de la libertad con la que él acabó a su regreso.
Cuando marchaban por tierras peninsulares las tropas francesas, sin olvidar de sitiar Zaragoza, toparon en Bailén con una raza de casta pura, batallones de hombres sin uniformes ni armas. La patria era el sentimiento que hizo gloriosa la osadía de querer enfrentarse contra un ejército profesional, y sin embargo concebir en ese primer asalto de Bailén la victoria. Tal como dijo Napoleón, “los españoles, en masa, se condujeron como un hombre de honor”. Al igual que también mencionó que “Esa desgraciada guerra española fue una auténtica tragedia. El origen de todas las desgracias de Francia”
Y es que el país galo había creído ser el ombligo del mundo, cuando recelosamente, sin olvidar sus derrotas, llegaron al monasterio de San Jerónimo de Granada donde descansaban los restos de su peor enemigo, el Gran Capitán, para profanar su tumba y tirar su cuerpo allá por donde les plació.
Es entonces, en estos tiempos de desorden cuando nace, y se le recuerda, con fuerza, por ser el símbolo de Es sin duda, Carmen, uno de los prototipos, y el primero de ellos en proclamar el feminismo y en hacer visible a la mujer en un mundo de hombres.
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