Tuesday, February 26, 2013

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Situada la escena en un pintoresco molino, a las afueras de una antigua ciudad de costumbres. El molinero, de aspecto tosco pero gachón compartía el tiempo con su esposa, la molinera. Bella y de aspecto lozano se desenvolvía en la danza que un afamado y querido compositor le dedicó en exclusiva para ella.
Genial obra que entremezcla el costumbrismo con ese toque sutil que Pedro Antonio de Alarcón le daba de romanticismo a muchas de sus obras, aunque muchos lo enmarquen en el realismo español.

Este escritor paisano, que conoció tan bien como yo los atardeceres accitanos, viendo al sol postrarse tras Sierra Nevada, tiene el merecido respeto y condecoro de ser el alagado escogido para la sección de “Nuestro pequeño tributo” del mes de Marzo, donde profundizaré sobre su historia y verdades.

Sin embargo, es, por si alguien no lo sabe todavía de lo que estoy hablando, El Sombrero de Tres Picos, una de sus obras más conocidas. No es muy minuciosa la descripción de los personajes, aunque sí intenta clasificarlos y mostrar la diferencia de clases existentes para cuando todavía Guadix era un Corregimiento con poder civil y eclesiástico. El adulterio, la venganza, no cuentan con una gran profundidad, ni aun tampoco con un estilismo tan sorprendente como fuera posible. Por tanto, ¿Qué hace a esta obra de Pedro Antonio de Alarcón ser tan conocida? Probablemente no se encuentre respuesta en las letras, sino en la música.

El día de su estreno, 22 de julio de 1919 en el Teatro Alhambra de Londres, el éxito fue evidente. Qué menos esperar de un trabajo en el que han colaborado personajes como Manuel de Falla, en la composición y orquestación de las danzas, y Picasso y Dalí en el atrezzo, entre otros. Tras el estreno del ballet, el maestro Falla compuso dos suites, la nº1 y la nº2. En ellas, retiró algunos fragmentos vocales y de transición que contenía la obra original.

Una conjetura de renombre que alzaría no solo al “tricornio” sino, en un segundo plano, y nunca mejor dicho, pues es parte del decorado, la ciudad latente que albergó a los protagonistas de la obra. Cuyas calles mismas vieron pasear al Señor Obispo con la comitiva o a la Molinera. Subirde la tradicional calle Ancha, hasta los soportales de la Plaza de Corregidores y cruzarla, por aquel entonces, prendada del olor de azahar y enarenada. Llegar a la  fachada principal donde se avista la Anunciación bajo el escudo de los Reyes de España, custodiada entre los siete varones de la Iglesia, una basílica todavía sin reja. Ese era el panorama, el sabor de la gastronomía, del flamenco nacido en las cuevas, impregnado en cada una de las notas que Falla dedicó, no solo al paisanaje, sino al paisaje.


 Sire

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