Soy un fantasma. Un recuerdo. Un viento frío que entra en el congreso, pero tomaré cuerpo y me dirigiré a vosotros, españoles. Soy Alfonso XIII; el vilipendiado, el amado, el criticado, el Africano. Pero no os hablaré, españoles, en esta alocución a las cortes y al país, de África, ni del pesado Vizcaya, ni del estadounidense voraz. Tampoco desempolvaré España ni sacaré a Tizona de su caja. Voy a hablarles, para el que quiera escuchar, del hoy y el ahora. No imitaré a mi descafeinado nieto, que tantos patinazos lleva ya, pero tampoco entraré en política directa, pues no es mi cometido.
Las glorias del pasado sirven en el siglo XXI, pero para sacar fuerzas de nuestros antepasados; no pagan, en cambio, deudas a Alemania. Es más; no es historia heroica lo que necesita España; es la decencia que había cuando Juan Carlos ocupó su lugar. En cierto modo, hay problemas tradicionales autóctonos que no se han solucionado y que ya Costa señaló; analfabetismo, falta de agua en muchas ocasiones e incluso, ¿por qué no? Caciquismo regularizado; no mediante pucherazos, sino mediante campañas electorales que no merece la pena ver, pues sirven para literalmente nada. Quizás algún compatriota me responda: “¿no cree que exagera su majestad?” de ningún modo. Analfabetismo por los programas que gran parte de la sociedad suplica con desesperación y que las cadenas, ávidas de dinero fácil; ya sea negro, blanco o del color de la vergüenza, les proporcionan. Y agua en todos los sentidos, más que en la agricultura, para llevarse estas prácticas propias de la mafia que en algunas instituciones tienen lugar.
Tampoco vengo a justificar mis actos del pasado ni a hablar sobre la república, ni sobre el “caudillo” que algunos consideraron suyo, pero sí a advertirte, España: en vida ya presencié la descomposición de un régimen causada por problemas sin solucionar y la despiadada sucesión de desgracias posterior; no quisiera volver a asistir a semejante acto ahora en mi muerte. No amenazo con cambios de régimen, sino con algo peor; la desertización moral y física de España. ¿Quién querría o podría sentirse ciudadano de un país cuyos gobernantes y prácticas no hacen sino reírse de él de forma legalizada? Los españoles, a no mucho tiempo, acabarán por desertar moralmente, pero algunos decidirán, tenedlo por seguro, abandonar esta lóbrega situación con el ánimo abatido, sí, pero sin más remedio que abandonar este país para dirigirse a otro en el que se les tome en serio. Hay muchas formas de repetir los errores, si no con idénticos resultados, sí idéntica su gravedad.Humildemente pido a aquellos que aman a este país que actúen en consecuencia. Suplico a los que gobiernan que hagan todo lo posible por olvidar su egoísmo natural y por trabajar en favor del bien nacional y común, que se lancen contra los errores numerosos que padece la patria, arrastrados ya visiblemente. Que convenzan a los compañeros que tienen enfrente para trabajar por una constitución realista y buena, dura con los que lo merecen y útil para los que viven en el bien. Pido una regeneración completa, un cambio de ideología, que lejos de ser política, sea moral. Suplico a todo el que ame a España que venga a ayudarla. A ella y a los españoles, para que ellos, que son quienes lo merecen, puedan confiar en ella y en sus instituciones. El amor lo consigue todo; también la salvación de un país.
Puede que Europa nos lleve ventaja, pero no es mucha, pues en el momento en el que este país solucione sus problemas, incontables tal vez, pero no imposibles, con el espíritu de lucha que nos caracteriza y poniendo todos una parte sincera de nuestro esfuerzo, en primer lugar la corona, conseguiremos ser miembros de derecho de esta familia europea a la que pertenecemos, y a la que seguro podremos también aportar algo; que no es sólo alcohol y caos lo que vive a este lado de los Pirineos.
Entre las muchas horas que me gustaría hablar con vosotros de forma sincera y directa, españoles, pues tengo mucho que decir desde mi silencio en 1941, dedicaré una para cerrar mi alocución a nuestros hermanos de más allá de los mares; desde Guinea Ecuatorial hasta las Filipinas, pasando por nuestra amada Sudamérica, a quien con cariño dedicamos nuestra exposición de 1929.
Hemos peleado entre nosotros y hemos tenido enemigos comunes. Hemos hecho de todo y sufrido de todo. No es momento para rencillas estériles. Construimos ya en su momento una unión en diversos campos que duró siglos, y esa misma unión perdura hoy en día, bendecida con el cáliz de la libertad. Hemos sido combatientes la una contra los otros, pero hoy somos amigos. España debe mucho a sus antiguas colonias y ellas a su madre. Es momento para la concordia y la búsqueda de horizontes comunes, con una de las lenguas más habladas por bandera y de las historias más prósperas e increíbles de todas por escudo. Todos los españoles hicimos de todo, y todos los españoles volveremos a hacer de todo. Muchas gracias.
Alfonso XIII

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