¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día...
Privilegiado lugar ha mantenido desde su nacimiento en la literatura el prototipo de caballero donjuanesco, arquetipo íntimo al español renacentista y barroco que ha sabido renovarse a lo largo de la historia resurgiendo en las distintas etapas que comprenden nuestro arte. Así pues, desde el burlador de Sevilla hasta el Tenorio de Zorrilla pasando por las variadas lenguas, y dándole cada una su aportación idiosincrásica del galán apasionado bajo autores como Merimée o Giacomo Casanova. Es en España, donde tuvo más arraigo, quizá por ser el lugar donde se dio a conocer bajo el nombre de Don Juan y donde más escritores le han hecho su peculiar reverencia.
Los tópicos que entronca en su historia son de lo más atractivos para un público religioso en sus primitivas apariciones como burlador de la ciudad hispalense, dando el amor desventurado y fugaz paso a una muerte fruto del pecado por haber hecho consumar los pecados capitales. La conquista, la picaresca y el divulgar las hazañas hacen de ese primer don Juan un hueco perenne y renovable del personaje en las letras españolas. Tal caso es que, al traspasar los pirineos, llega con fuerza a otras esferas y ramas del arte, siendo reflejado, por ejemplo, en la ópera “Don Giovanni” cuya música orquestada fue compuesta por el mismísimo Mozart. El prototipo de Don Juan ha ido variando a su paso por la pluma de los escritores de distintas épocas, dándole cada uno de ellos su aportación más propia y característica, vistiéndolo de una idealizada conducta, a su manera de ver el mundo. Con Tirso de Molina, vemos al Don Juan más puro y apasionado, sin embargo poéticamente imperfecto (en palabras de Gonzalo Torrente Ballester). Enemigo fiel del comportamiento impuesto por la época de la contrarreforma vaticana, mientras Lutero hacía pública sus noventa y cinco tesis y el mundo iba experimentando el cisma de occidente de la Iglesia católica. Por su parte, conforme avanzaba el esplendor del siglo de Oro de nuestra literatura, Don Juan ya compartía protagonismo como tópico junto con el Lazarillo de Tormes, la Celestina , e incluso, la obra por excelencia que quedó sellada en la literatura universal bajo el nombre de Don Quijote de la Mancha.
Pero no se acomodaría nuestro buen personaje hasta llegado el romanticismo, cogido de la mano de Zorrilla y siendo representado como fiel caballero, seguidor de los sentimientos y valeroso conquistador, que, pulido por los años, contribuye a optar a la perfección de entre tantos otros personajes donjuanescos.
Visto el apogeo acogido en el Romanticismo por ser el prototipo que enmascara a toda una generación de hombres libres, sentimentales, cuya magia hipnotizó y que su fin, mortal cautivó, hizo de Don Juan reviviera en los escenarios. Tuviera lugar y forma, conformándose definitivamente como un clásico de nuestras letras.
En el siglo XX se continúa con la trayectoria de este protagonista desenfadada y muy diferente al apasionado carácter que pudimos ver en otras ediciones. Don Juan, es visto por Azorín, por ejemplo, ya maduro, cuya vida hubiera cambiado y fuese en todo, salvo en elegancia, opuesta a la de un burlador. El resultado fue esta breve y delicada novela que, más tarde, tendría su complemento genérico en Doña Inés, ya publicada en esta colección.
También, es tratado por el doctor y escritor Gregorio Marañón, quien lo ve con ojo clínico estudiando al personaje, sus facetas. Quizá uno de los más diversos donjuanes jamás creado por la imaginación, que brilla por su ausencia. Pero sublime como el que más. En este siglo, además podemos encontrar a otros novelistas como Gonzalo Torrente Ballester que trata en “Don Juan” un personaje realista, alejado de aquel burlador de Sevilla o Tenorio singular que se acogía a la insegura providencia que desde la mística lo acechaba con su mirada de desdicha.
Las puertas se quedan abiertas a más apreciaciones, que conforme pase el tiempo, serán los innumerables creados por autores de todos los tiempos, pero seguro que no tan puros como aquel primitivo creado por Tirso de Molina, íntimo de la tradición, de la historia y de su contexto. Es el Don Juan un ser que siempre ha sabido que todo quedaba bien atado en esta vida, alegando, con una frase que reza así: “No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”
Sire

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