Desear que la mañana amanezca tierna y muera con el brillo de un sol que rasga el cielo y tiña las nubes de intenso fuego, de viva fantasía que cabalga por el cielo entre los algodonados terrenos de las praderas celestiales. Prófuga oscuridad que siempre ha estado presente, incluso en el día, y en la noche ciertamente. Que ha ahondado en la imagen de lo desconocido, poniendo rostro al miedo, a la fría estampa desolada, que se abre a los caminos que el hombre no quiere caminar.
Ver la danza triste que tras el estío, cuando aún resuena en el cielo el vuelo y el cantar de las golondrinas, frena en reposo y caen, marchitas aun con algo de vida, para ser llevadas por un viento que nadie sabe a donde va. Algunos dicen Parca, a la que negro crespón porta, enlutada y amordazada, frígida y quizá risueña. Nadie vio una muerte feliz, porque la tristeza era la clave de la ceremonia, pero paraos y pensad en una muerte feliz, en la Parca risueña.
La que sesga el alma, y convierte en ángel la voluntad que animaba a mover la carne triste de un cuerpo hecho de arena. Triste, pero bella, porque el arte, la belleza reside en el amargo sabor que el malestar provoca. Evadirse del mundo, reír con el llanto, morir por la vida. Girar la cara al desengaño y ver con los ojos los silencios de los que callan la miseria de sus palabras.
La que sesga el alma, y convierte en ángel la voluntad que animaba a mover la carne triste de un cuerpo hecho de arena. Triste, pero bella, porque el arte, la belleza reside en el amargo sabor que el malestar provoca. Evadirse del mundo, reír con el llanto, morir por la vida. Girar la cara al desengaño y ver con los ojos los silencios de los que callan la miseria de sus palabras.
Lovelace

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