Thursday, January 10, 2013

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Devastados quedaban los muros de piedra, destrozados los mármoles y granitos más dignos que cualquier otra cosa. Brillantes que despavoridos, cegados ante el sol de primavera quedaban. Como un huracán, una tormenta de tempestades, un grito de silencio que hacía reventar las vidrieras de aquellas cristaleras, en las que nos poníamos los domingos por la mañana, viendo el amanecer. Torres derrumbadas, cuartos deshechos y tejados cuyas tejas volaron por los cielos, aspiradas por las nubes.

Todo ello es el desencanto. Como un tifón que de pronto invade la panacea, el Parnaso, el Olimpo donde te regocijas en tus engaños y ciegas promesas que nunca cumplirás, pero que atento mantendrás hasta que se demuestre lo contrario. Abrir la caja de Pandora, y soltar todos los males que te deshagan el éxtasis de felicidad en el que te imbuías abiertamente y casi sin compromiso. Y tal como la leyenda reza, buscar e indagar en la esperanza que dentro de la caja escondida se halla.
Es como una pompa de jabón, delicada que flota en el aire, que se mueve y te hipnotiza, hasta que sin esperarlo, sin que nada aparentemente lo rompa, se deshace ante ti, sin más. Y por mucho que intentes hacerla de nuevo, esa ya no volverá, como las viejas golondrinas cuyos nidos colgaban en cuyos balcones las madreselvas escalaban y trepaban. No volverá no, pero, fue bonito mientras duró, o por lo menos aguardarlo con el cariño que se merece, como algo efímero compartido entre tú y yo, que a nuestro muy pesar, ya pasado.

Lovelace

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