Sunday, December 15, 2013

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Por el bulevar de los vilipendiados paso cada mañana. Con vergüenza y tapado el rostro, ellos piensan que es por ellos, yo pienso que es por mí mismo, y que la mejor excusa es el frío.

Me dirijo recto por la avenida. La bruma impide ver el fin de esos edificios, que como columnas se alzan sobre las aceras pareciendo sostener el alto techo cielo. No hay nadie, todo el mundo está dentro, las lágrimas mojan el asfalto, hay charcos regados de dolor. No toda la gente errante anda perdida, simplemente busca su lugar. Y así es como me quedo pleno quieto, pisando las líneas de la carretera entre la soledad y la incertidumbre, mirando donde todos se encuentran regocijados, en lo que ellos creen ser la elegida mejor obra  fuera de resguardarse de andamios o cualquier imperfecto.

Estaba invitado a pasar, consentían que era mi llegada la última de aquel día, en un club de mala muerte donde los ricos son los más pobres en el espíritu que sus tristes cuerpuchos encierran. Mis pies me piden caminar, se aferran a buscar camino fuera de aquellos marginados que entre risotadas y parafernalias se piensan ser los dueños de su marginalidad.


Seguí por las oscuras carreras a plena luz del día. Salí de aquel galimatías de calles vacías que alteraban la indiferencia. Y allá, en los campos la canción de Solveig sonaba, y brillaba al alba el páramo y las veredas. Y se mecían los trigales y las cosechas, custodiadas por grandes árboles boscosos. Me senté en una calvicie de hierba recordando mis pasos por aquella mañana. El sol penetraba los poros de mi piel, tostando en morena tez como todo aquel que siente sus ojos azabaches. Y azabache, como el cielo de la noche hace que los gatos disimulen su presa hasta ese momento impreciso, cuando menos te lo esperas.


Ya llenado de algo, pensé en el peso de mis silencios, que de poco habían servido cuando en la guerra todo es situarse y atacar. La neutralidad es un chiste de cobardes cuando es claro a quien se apoya; la neutralidad es prudente cuando no te metes donde no te llaman. Y de este modo eché de nuevo a andar por aquellas tristes calles, tapándome para ser desconocido y desnudándome conforme me acercaba al bulevar de los vilipendiados. Allí estaban aún, sentados en el suelo, apoyados y desprotegidos; pero fuertes y seguros. Han sido mártires. Amigos en el silencio y compañeros sentidos. Y como amigos me senté a su lado y nos reímos de la absurda vida que nos había tocado sufrir. 

Lovelace

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