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Quizá muchos de ustedes no lo conozcan, pero George Byron, no fuera alguien a quien dejase en vida indiferente. Es el prototipo de caballero romántico, el valedor que llevaba como impronta la seña del sentimiento como identidad, sin dejarse negociar ante ninguna persona, sirviéndose de sí para sí, por poder ser quien alguna vez quiso ser, y cómo la vida lo dejó serlo. Un tierno rebelde, porque el mundo lo hizo así, tal como dicta la canción, pues muchos fueros los muros que tuvo que derribar, convirtiéndolos en cínicos puentes.
Interesante biografía la suya, a la par de completa y emocionante. Una vida llena de estragos, tocada en la miseria y hundida en la llaga que a veces se olvida del dolor por fuerza de costumbre. Cojo, por una deformación en el pie, luchó contra las intimidaciones y abusos, haciendo pieza el ingenio y dejando brotar la ambigua frase de: “cuando un miembro se debilita, siempre hay otro que lo compensa”. Su padre le dijo que nunca podría andar, y lo primero que hizo fue correr, y a pesar de que cojeaba, andaba más rápido que otras personas.
La relación con su madre fue la clave del entendimiento de la figura de Lord Byron. Íntima, sin lugar a dudas, de amor-odio. Insultos “cariñosos” como apodos siniestros que solo se toleran entre miembros de una misma familia. De temperamento fuerte, siempre fue una sufridora entristecida, sentido en la piel del joven poeta, que a esas alturas estaba aprendiendo a leer, de la mano de una institutriz que lo inició en las relaciones sexuales.
Cuando recibió el título de Lord, tras la muerte del quinto Barón de Byron, la vida pareció sonreírle, ingresando en la universidad de Cambridge hasta que la economía se lo impidió y pasó a vivir a la calle Picadilly en Londres, amante de una prostituta.
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Lara, Parisina, Prometeo, Manfredo, La profecía de Dante, Caín, Werner, La isla son algunas de sus obras, antes de escribir, en la península helénica el “A mis treinta y seis años” e intentando un Don Juan, que si no hubiese sido interrumpido ante la sorpresa de la muerte, seguro que hubiese sido de lo más interesante.
Sumergido en varias anécdotas como en la que se ve, cercano a la creación de Frankenstein, una noche sombría y tenebrosa en la que propuso junto a su médico y Mary Shelley el escribir relatos de terror acordes a la velada, naciendo la mítica figura vacía del frívolo resucitado. O la relación que tuvo con su propia hija, Ada Lovelace, cuya madre, atormentada por la infidelidad de Byron y aterrada por la vida que llevaba, alejó a su hija de todas las letras y literaturas posibles, para que no se pareciese en nada a su padre, y de hecho, se convirtió en una de las mejores mujeres matemáticas de la historia.
Cuando la muerte lo sorprendió en Grecia, el cuerpo fue trasladado hasta el Reino Unido, no siendo enterrado, como es costumbre, en la Abadía de Westminster por su dudosa moralidad, aun teniendo un monumento en su nombre, inaugurado bajo el reinado de Isabel II. Abierto su ataúd en 1938 se pudo ver que el cuerpo incorrupto mantenía una sonrisa, y con el rostro claro, parecido a los retratos que se le hicieron en vida. La única señal del paso del tiempo era su pelo, un tanto cano, para este inmortal autor que tanto quiso.
Goethe escribió, al enterarse de su fallecimiento:“Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Sumándose Rincones de Amago, y homenajeando a este servidor de humanos, con nuestro noble y humilde pequeño tributo.
Sire
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