Wednesday, April 24, 2013

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29 de diciembre. A punto de terminar un año, estaba lleno de ilusiones, lleno de esperanzas, lleno de sueños. Mi corazón sanaba de aquellos amores mal habidos de la antigüedad, aquella mujer fue caprichosa y jamás supo valorar este corazón. Hoy he olvidado y he vuelto a empezar.

Dichosa sea la damisela que llegó a mis brazos, me quiso sin conocerme, me respetó con la delicadeza de sus manos y con miradas sutiles me sedujo. Con el trascurrir de los meses pensé que nuestro amor sería como el buen vino, que se volvería más exquisito con el tiempo, pero ella no era vino, era vinagre. Creía conocerla, pero mientras más tiempo pasaba me daba cuenta que jamás me había mostrado su verdadera cara, solamente una ilusión de ella. Me encantó para después destruirme.

Dueña de mis sueños. Guardiana de mi corazón. Fruto que jamás maduró, pasó de lo verde a lo podrido, pero a pesar de todo yo la quería, ¿Por qué? Porque es imposible explicar con palabras lo que el corazón ha forjado con letras de hierro, que a pesar del calor que despide la furia no logran fundirse en el odio, sino más bien en el capricho.

Estaba enamorado de esa mujer, que me había enterrado una daga en mi corazón, quería odiarle, pero no podía, que va, a nosotros los hombres nos gusta la mala vida.

Pensé que esta tortura jamás terminaría. Todas las noches tomaba mi laya y empezaba a cavar mi pozo de la perdición, donde ella se había vuelto mi polea, que subía y bajaba mi estado emocional, me había vuelto su muñeco de trapo y por alguna razón yo solamente agachaba la cabeza y me dejaba dominar.

Esta tortura terminó con una lluvia valiosa que cayó sobre la tierra seca para provocar la vida y la naturaleza, la madre de Perseo me besó y con ello se llevó todas mis penumbras. 16 de abril.

Anely Civy

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