Saturday, December 8, 2012

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Era Unamuno el que describió la dificultad de un pensamiento inexplicable. Su época no era de las más revolucionarias, pero la crisis, como a muchos otros, le hizo indagar en su propia mente para extraer de ella y con una laboriosa elección de palabras lo que sería un planteamiento novedoso, pues brota de la literatura la filosofía y la teología.

En “San Manuel Bueno, Mártir” todo tiene su correcto significado. Así pues, los nombres escogidos por el novelista reflejan más de los personajes que cualquier descripción oportuna y realista. Manuel, de Emmanuel, el hijo de Dios, Mesías anunciado por Isaac; Lázaro, que siendo un muchacho progresista, anticlerical, con una visión revolucionaria del mundo, cabe en su reconversión, devolviéndosele la fe y sintiendo el renacer; por otra parte, Ángela, es la voz narradora que elige Unamuno para pronunciar esta novela, ella es la mensajera, el ángel anunciador. Como ya vemos, se tiñe de religión la base sobre la que se sostiene la historia, por el momento.

Y es esa la maestría con la que el autor, da vida a un párroco que oficia el sacerdocio por humanidad e incluso cristiandad. La historia transcurre como en muchos otras, en pueblos apartados de una región con un paisaje y paisanaje idiosincrásicos. Suele oírse la campana que bajo el lago resuena y clama a un cielo cubierto por el agua. Es la conclusa de lo acontecido en muchos pueblos de España; cuyos pantanos han hecho desaparecer pueblos enteros trasladándolos a otra parte para su supervivencia. Resalta además, ese espíritu atemporal, el paso quebrado y hermético de los años por unas tierras que siguen siendo las mismas de siempre.

Pero a parte de la genial composición en la que se enmarca el escenario, es más impresionante y peculiar el motor que desarrolla la obra. Y ese mismo motor es San Manuel, el que, por caridad se “alista” en esa institución oxidada pero con garantías de acomodar en la vida a todos aquellos serviles. Es en él donde recaen los valores humanos, los valores cristianos de solidaridad, por su moralidad, por su honradez y su simpatía. Se sale del estereotipo de cura inquisidor, avaro que desde el púlpito tiene el poder para convencer y manipular al gentío que atento escucha el sermón.

Muestra de ello, de no defraudar y honrar con la servidumbre, es, tal como Maese Pérez, el organista del convento de Santa Inés, quien da fin a su vida desde los altares, pues eran hombres en la literatura y ejemplos de llevar como impronta valores que de ejemplo deben servir a esta sociedad.


Sire

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