Revuelo blindado, las gentes en armas apresuraban entonando un lema, un himno e incluso apuntaban una bandera. Masonería impresa con tanto esplendor quizá como nunca antes la hayamos visto: era la revolución. Se sucedían cabezas, pueblos que ponían a sus paisanos en el poder, en el gobierno de una Nación, creyendo que no iba a pensar el ladrón de la misma condición. Y es que muerto el perro, creyeron, acabaría la rabia, y fue la misma enfermedad la que tomó forma sin cuerpo y se aprovechó del caos que yacía de la brecha abierta.
Son tiempos difíciles cuando el futuro es incierto, y mucho más cuando están abiertas las venas de un país en plena batalla por conquistar la razón de cómo debe de ser gobernada la raza humana. Mientras tanto, admiraban con recelo, enojadas y cautivos el resto de hombres que al margen preferían descartar parecido, los que afables miraban al norte que consideraban su hogar el sur. Ser destronados de sus tierras, alejados y enjaulados en otra realidad bien distinta, por hacerles partícipes de los avances que no pronosticaban mejora.
El lema sin duda, inconfundible, era la Santísima Trinidad de la Civilización moderna. Era el espíritu de respeto que formidable brindaba la ayuda que necesitaban los incompasivos gamazos que ya habían deshecho y enterrado una era para dar paso a otra nueva.
Y digo Santísima Trinidad porque rememora a esas tres figuras que forman una unidad indivisible, no existiendo el resto, con la falta de una de ellas. Así pues, y sin connotaciones religiosas que añadir, nos encontramos con la libertad. Libertad como derecho principal a la elección, ligada a la responsabilidad y a la actuación sin molestar al resto de la comunidad; yendo pues ligado a la igualdad, el segundo elemento indispensable de fractura. La igualdad, como balanza de platillos que pone equidad entre unos y otros. En dignidad, en honor, teniendo en cuenta el valor inmaterial humano, y dejando de lado, pero no menos importante, la repercusión material. Pasando pues, al tercer elemento, la fraternidad, que crea un sentimiento de unidad y buena correspondencia entre hermanos.
No se entiende una sin el cumplimiento de la otra. No habrá fraternidad sin igualdad, no habrá igualdad sin libertad, y no habrá libertad sin fraternidad que garantizase el buen cumplimiento de la primera.
Debiera de ser acogida y adoptada por un pensamiento más universal, y dejar de lado el concepto masónico revolucionario que inmerecido no supo estar a la propia altura de sus mismas circunstancias.
Sire
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