Thursday, October 11, 2012

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Desde que naces, te enfrentas a retos constantes. Disciplinas erigidas por la sociedad para autoconvencerse de su perfección. Por todo ello, ingresamos a nuestros hijos, sobrinos, primos, incluso a nosotros mismos, en un colegio con la mínima edad, alejados de nuestras madres, con el propósito de vivir en la salvaje convivencia.
Nosotros, aquellos que vivíamos al amparo de reyes, servidos al gusto del ducado, con la inocencia en los ojos y todavía sumidos con la luz de una mecha encendida tras la honorífica hora de nuestro despertar.
Día tras día nos adecuamos a andar, a comer, a ver y a entender sin explicaciones, porque hablar no sabemos. Lloramos por querer saber, pero eso no es tan solo de bebés, ni de mayores, ni de adolescentes, lloramos la indiferencia, la impotencia, la tristeza, la desconfianza. Lloramos lo que no nos dieron, la alegría, el reencuentro. Porque llorar es innato al humano, como la suela al zapato.
Crecemos, y nos hacen inmunes a las injusticias. A la obediencia, a la democracia. Virus atroces que destruyen sociedades, culturas y ambientes. Nos crean como soldados movidos en el campo por los señores de la guerra.

Conforme promocionamos, sacamos en la adolescencia nuestro sentido común y revelamos durante toda la juventud aquello que parecía obvio. Las carencias del sistema se convierten en quejas inútiles pronunciadas por personas sin voz ni voto, porque la democracia ha dejado de ser democracia, y el poder del pueblo, desde hace mucho tiempo.
Estas son las etapas, que entretenidos afrontamos, con asignaturas de todo tipo. Nos sentimos inteligentes de sacar más que nuestros amigos, cabales por superar a nuestros compañeros, ilusionados por la recompensa. Los ricos siguen inmersos en el juego, mientras que los pobres, o aquellos humanistas que de verdad entienden, se quitan la venda impuesta desde que nacieron y ven el mundo sin inocencia, sin sentido común, cargado de armas y desbordado. El mundo ya no es lo que era, y mientras tanto, los veinte primeros años de nuestra vida, alejados en centros, como si fuéramos presos de la rutina y obligación.
Porque hay asignaturas mucho más importantes, tales como los retos que presenta la vida misma. Obstáculos infranqueables que de desdicha se nutren para la lucha del mañana.

Sire


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