Robaré tanto y cuanto quiera, pues para eso soy yo el que se mancha las manos.
Recordaba aquella mano desplegando la armonía perfecta dirigida al recuerdo. Aquella melodía particular, de las que no escuchas ni una ni dos veces, sino cientas. Pero que, pasado el tiempo, la vuelves a escuchar y te sigue sabiendo de la misma forma que la primera vez.
Recordaba aquella mano desplegando la armonía perfecta dirigida al recuerdo. Aquella melodía particular, de las que no escuchas ni una ni dos veces, sino cientas. Pero que, pasado el tiempo, la vuelves a escuchar y te sigue sabiendo de la misma forma que la primera vez.
Era otoño y tomaba café. Estaba solo ojeando el periódico de la mañana aun siendo ya la tarde. En una mesa en la esquina, y en un extremo el piano. Las amargas notas de la nocturna siempre me emocionaban, pero no tanto como cuando al instante en el que tenía la mirada perdida entraste. Bien abrigada, como sueles hacer, con bombín incluso y una larga bufanda que tapaba el poco cuello que te dejaba la larga gabardina. Agitabas tu paraguas y entonces fue cuando miré corriendo hacia la ventana y me levanté. Estaba lloviendo. Las gotas caían sobre los cristales y el vaho impregnaba el frente por el que no podías pasar. Aquella era una tarde fría, pero de otoño.
Te sentaste junto a la mía. Yo todavía de pie, y tú pidiéndole un té al camarero. Entonces fue cuando decidí una de esas cosas que solo se le pasan por la cabeza a aquellos desesperados.
¿Está ocupada esta silla? Le dije. No, me respondió. Sin más, cogí mi café y me senté junto a ella. Asombrada y tímida buscó algo en el bolso.
Yo movía la cucharilla como solía hacer, ella cogía la taza como acostumbraba. Al poco me quité las gafas. Dirigió su mirada hacia mí y en el momento le confesé: ¿Y aún no me reconoces?
¿Está ocupada esta silla? Le dije. No, me respondió. Sin más, cogí mi café y me senté junto a ella. Asombrada y tímida buscó algo en el bolso.
Yo movía la cucharilla como solía hacer, ella cogía la taza como acostumbraba. Al poco me quité las gafas. Dirigió su mirada hacia mí y en el momento le confesé: ¿Y aún no me reconoces?
Lovelace
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