Ondeaba su capa con el vuelo de aquella noche en una de las ciudades con más luz de las Españas. El luto lo encubrecía con sigilo entre las sombras más pardas de la madrugada. Salían hombres tomados de tabernas, vaciadores de barriles y miembros de cantinas. Los serenos tenían oficio difícil de manejar cuando la flama era rezumada por cualquiera de los adoquines. No se movía hoja. Sólo ojos de gatos clavados en la nuca mientras se reían en silencio de lo pesarosos y toscos que salían algunos de las bodegas.
Entonces se deshizo de los rincones y mostró su esperpento. Un caballero demacrado, de calzones raídos y sombrero de ala ancha. Todo negro aunque por vestirse de tal sólo descubría la perilla en punta que de su rostro fantasma caía. Y mientras su paso decidido, la capa tierna en jirones barría su caminar.
La Iglesia más cercana daba cuatro en cuartos y tres enteros. Sus andares eran cada vez más decididos, llegaba tarde a cualquier mala cita que le depararan las brujas horas. Probablemente fuera bebido por sosegar nervios y reclamos. Ahora doblaba veloz la esquina para imbuirse nuevamente entre las calles maltrechas y deshilachadas alejadas de toda providencia y reñidas por las clases más selectas. Timoteo se presentó con discreción, con la mayor de las prudentes cautelas a aquella placeta acuartelada en arcos de medio punto sobre los que caían un mar de geranios y claveles. El patio estaba bañado por el claro de luna cuyas nubes bailaban un cerco a su alrededor.
Allí, entonces, apareció su condena. En una de las columnas, apoyada espalda, apareció una sombra, que exhalaba el humo gitano de las cigarreras. Se le notaba en el semblante, la tez morena, que era a quien esperaba y a quien había hecho esperar. Pero se deshizo del cigarro y tiró la chusta con desprecio; Se quitó el sombrero: él era un caballero más refinado y exquisito. Su porte firme mostraba el señorío con el que luciría sus ademanes. Voló su capa y se descubrió al completo. Él era hermano de toreador, hijo de duques y bisnieto de reyes. De los Silva y Álvarez mientras que Timoteo, quien se aventuró a seducir y cortejar la honra que éste otro había depositado en su mujer, era amigo de poetas y pintores, pero en sus carnes no corría más sangre que la de pescadero.
Los duelos de aquella época tenían siempre el mismo ritmo, aunque apuntaron hacerlo con espadas, que aun mostrando el desliz del hierro rotura del silencio, no fuera tan escandaloso que el rompío de un trabuque en plena noche sevillana. Así pues, siendo árbitro del ensayo de muerte clandestino amigo, en apariencia, mutuo, se desvainaron las espadas. La luna convirtió el acero en plata, brillante sin ley pues nacía luz con cada uno de los encuentros. Que al poco cesó pues uno de los hierros había caído a un lejano albero y Timoteo cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos suplicando su perdón.
Sacó un rosario y se encomendó a la virgen. "No te das cuenta que Dios en esta noche te ha abandonado...desgraciado" Y remató hundiendo el estoque en su pecho. Presenciándose en aquella plaza la misma muerte y acompañando a su alma, mientras el cuerpo yacía, por las aguas de Triana.
Lovelace
Entonces se deshizo de los rincones y mostró su esperpento. Un caballero demacrado, de calzones raídos y sombrero de ala ancha. Todo negro aunque por vestirse de tal sólo descubría la perilla en punta que de su rostro fantasma caía. Y mientras su paso decidido, la capa tierna en jirones barría su caminar.
La Iglesia más cercana daba cuatro en cuartos y tres enteros. Sus andares eran cada vez más decididos, llegaba tarde a cualquier mala cita que le depararan las brujas horas. Probablemente fuera bebido por sosegar nervios y reclamos. Ahora doblaba veloz la esquina para imbuirse nuevamente entre las calles maltrechas y deshilachadas alejadas de toda providencia y reñidas por las clases más selectas. Timoteo se presentó con discreción, con la mayor de las prudentes cautelas a aquella placeta acuartelada en arcos de medio punto sobre los que caían un mar de geranios y claveles. El patio estaba bañado por el claro de luna cuyas nubes bailaban un cerco a su alrededor.
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Los duelos de aquella época tenían siempre el mismo ritmo, aunque apuntaron hacerlo con espadas, que aun mostrando el desliz del hierro rotura del silencio, no fuera tan escandaloso que el rompío de un trabuque en plena noche sevillana. Así pues, siendo árbitro del ensayo de muerte clandestino amigo, en apariencia, mutuo, se desvainaron las espadas. La luna convirtió el acero en plata, brillante sin ley pues nacía luz con cada uno de los encuentros. Que al poco cesó pues uno de los hierros había caído a un lejano albero y Timoteo cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos suplicando su perdón.
Sacó un rosario y se encomendó a la virgen. "No te das cuenta que Dios en esta noche te ha abandonado...desgraciado" Y remató hundiendo el estoque en su pecho. Presenciándose en aquella plaza la misma muerte y acompañando a su alma, mientras el cuerpo yacía, por las aguas de Triana.
Lovelace