Moría la tarde entristecida,
Esclarecida y brillante
Cuando el púrpura retoma
El retoño de un infinito
Que se muestra desnudo.
Al fin, el fin.
Las hojas posan su desconsuelo
Bailando el vals del otoño.
Una balada triste que resuena
Mientras las hojuelas valientes
Dicen adiós a la madre que las crió
Y que las sostuvo.
Ahora vuelan, a su suerte
En la comitiva del barrizal
Donde quedan presas de su delirio
Donde la tumba les pesa y
Se entierran unas sobre otras,
Abandonadas al recuerdo
De los días de primavera
Donde los vientos y las lluvias
Las acariciaban en la tormenta.
Y el sol sigue su camino
Y dice adiós a los rostros,
Y despide su baño de dorado
En el centeno, retirando la alfombra
De oro que arrastra en las puntas
del invierno.
Los cielos de fuego se encienden
Y se prenden las nubes de gala
Destellos, ¡maravillosos destellos!
Que por instantes se apagan.
Vente luna, vente.
Ven y nos acompañas
Cobija a estos hijos, que otra vez
No hay padre que les aguarda.
Lovelace
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