Sunday, October 6, 2013

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Hace un rato, tomando el sol sentado en unas escaleras, escuchaba cómo un manojo de jóvenes ancianos hablaban entre sí, y sobre todo, las mujeres. Y decía la una a la otra: “mañana hacemos cuarenta y un año juntos” mientras a los pocos pasos se decían adiós y se montaba cada cual con su marido en coches con clase.

La treta de ese tonillo con el que se dicen las cosas, que a veces es más importante que las mismas palabras, decía de la mujer cómo habían sido esos años. Porque soltaba por sus labios arrugados, pintados de un rosa casi fucsia, orgullo. En esta nueva Era las guerras han cambiado el nombre por el de matrimonios, y llegar a tal edad, con tan buen aspecto y con tantas batallas cumplidas era para celebrarlo.

El amor se fosilizó con la costumbre, con las manías, con las escenas domésticas de tirarse los platos a la cabeza, con la llegada de los hijos y con el qué dirán los demás. Ese qué dirán los demás tan importante, la duda nacional que cobija y evoca a la imprudente envidia. Esa mujer que vestía una falda de cuello alto, a juego con su chaqueta blanca y los zapatos de tacón; su peinado muy de peluquería de los sesenta, bañado en laca y amoldado de tal forma que la dureza de un casco de Vespa no le era competencia. Enjoyada y maquillada, metía un pie en el coche mientras su mano de brazalete y anillo se había olvidado de lucir la sortija de compromiso.

Y yo pensaba, para mis adentros, mientras miraba el parsimonioso camino de las nubes en los cuarenta años. Cuarenta, y mañana, uno más. La de cosas que han podido vivir esos dos juntos, con qué pasión se conocerían para llegar, como el primer día a viejos. Si lo piensa la mujer el aspecto seguro que es de alegría, ante las demás mujeres, viudas y divorciadas, porque ella ha conseguido el triunfo de formar una familia y mantenerlos a todos, ante las tensiones que surgen de nueras y yernos, de amantes y concubinas...de suegros. Es una hazaña, un mito si no fuera porque el tiempo los amedrentó tanto que fueron sumisos a él.


La educación ya tan protocolaria que tenía con su amiga, ¡qué fría! Fría porque era amiga, y no una funcionaria de la administración. Cada salida a la sociedad un nuevo acto de interpretación, para conseguir que el mundo no trascienda, que lo que Dios no haya podido separar en cuatro décadas que no lo haga ningún cotilleo (más) o comidilla, y así, que esa mujer siga paseando su triunfo por la vida, que trabajo le ha costado.

Supongo que para ella, ya todos los días le saben a lo mismo, y cuando a uno todos los días le saben a lo mismo, es que la insensibilidad le ha ganado y la percepción de las pequeñas cosas que hacen la vida ya le son invisibles.


A no ser de que cuando se haya metido en el coche con su chófer, con su marido, su compañero y amigo, después de cuarenta años se hayan felicitado con la mirada lo buena pareja que hacen y que siga, que siga la fiesta hasta que la muerte los separe.

Sire 

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