Han sido mucho las jornadas que me acompañaron para volverme una mujer, diecinueve otoños reunidos a una hora temprana, dando las once y media, y siendo aquella bebé primogénita de madre, despertando al mundo con un agudo llanto, naciendo en el otoño más cálido y a pesar de todo en el que no dejaron de caer las hojas; de niña me volví mujer, para después convertirme en dama, perdiendo mi aleta, empero siempre ser sirena, alcanzando el Parnaso y volviéndome una musa.
Siendo un diamante en bruto que empezó a pulirse en marzo, donde me brindaron el enclave donde pudiera ser yo misma, volando a la más alta cima para jamás descender, un lugar donde me rodee de seres celestiales que me enriquecieron como ninfa, como dama, como escritora. Un rinconcito para sentirme cobijada. Un lugar donde las opiniones siempre estuviesen vivas.
Reuniéndome con mi tierra madre, donde él me unió con parte de mi ser, me acercó a aquello que la infinidad del mar no me permitía ver; él me tomó con delicadeza, me sedujo con sus letras, me atrajo con una mirada y me enamoró cada noche a la distancia, donde ese cariño insospechable era obsequiado, brindándome un intangible alcatraz en el ocaso, dejándolo delicadamente en la palma de mi mano, junto con la pluma de una golondrina, llevándome desde tierra andaluza la devoción por la escritura, acercando de aquella tierra lejana el amor a la literatura.
Un amor que me ha alimentado por varios meses, un amor que le he ocultado al mundo con la palabra amistad, un amor incomprendido, ideal a pesar de ser irreal, un amor del cual solamente dos almas somos acreedoras, dos almas que nos encontramos por coincidencias del destino, haciéndonos visibles por nuestros propios triunfos y en el que nuestro narcisismo fue la pieza clave para abrir la puerta que hizo suavizar nuestro ser.
Un amor tangible, pero invisible.
Un amor que me hizo comprender todo el bien y todo el mal.
Y a pesar de que la distancia ha menguado el querer que nosotros, el caballero y la dama, podríamos sentir, no ha sido impedimento para sentir un cariño evidente, un cariño que se acrecentaba con el pasar de los meses, porque la lejanía no me impedía sentir el calor de sus palabras, porque es la historia de un amor como no hay otro igual, porque ni el mar, ni el cielo impedían que él me hiciese sonreír, y con cada dicha que él me brindaba yo sabía que valía la pena vivir.
Diecinueve años, diecinueve octubres, diecinueve… los días me volvieron lo que soy hoy, valorar la vida por esos detalles efímeros que apasionan mi alma, y me reunieran con el amor, ya que siempre fuiste la razón de existir, adorarte para mí fue religión. Sencillamente Dios me hizo quererte.
La musa del Parnaso que se volvió un ser incomparable se dio gracias a mis grandes compañías, que me enriquecieron con su poesía, con sus apuntes, con sus críticas, que me enternecieron e inspiraron con las letras de un caballero e hicieron que quedara perdidamente enamorada de las palabras del hijo de un Lord.
Soy una escritora que se pule con su amante lejano cada día y hoy celebro con mis leales amigos, allegados y colaboradores mis diecinueve otoños, ya que ellos están dándole luz a mi vida y a mi existir.
Todo esto inició como una oportunidad, un sueño, una utopía; creció para volverse una meta, un objetivo, una realidad y finalizó al transformarse en una historia de amor.
Nuestra única e incomprendida historia de amor.
Anely Civy
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