Hay que tener mucha sangre fría para no querer bien enterrar a un yacido tuyo que todavía duerme en alguna perdida cuneta de algún camino o carretera. Cada vez que las voces de los caídos sueltan un destello de luz, los vivos tiemblan por temor y miedo a que se haga justicia con el pasado, a querer derruir los cimientos sin balanza que un día mandaron hacer y que en cada instante rugen y crujen cuando la desesperación llama a la puerta.
No es solo causa de honor, sino de dignidad. Que se devuelva la dignidad que muchos merecen, pues todos los asesinados, los que inútilmente fueron muertos, ahora descansan en las praderas celestiales. Sus cuerpos no piden más, pero sí nosotros. Es por nosotros. Imagínense un abuelo perdido, su hija, tu madre, que llora de desconsuelo, y tú, que haces todo lo que esté en tu mano para redimir la falta, su ausencia volviendo su memoria a estos tiempos.
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Hace unos días se ha hecho un acto en Tarragona, beatificando a tantos mártires de Cristo, que murieron en tal ruina, sin renegar de su condición de siervos de Dios. A ese acto fueron políticos, obispos y el primado, el nuncio y su Santidad en pantalla. Ahora bien, ¿tan malos fueron los que yacen “anónimos” sin más nicho que un montón de tierra? Es curioso pensar que los españoles luchaban por su país, todos contra todos, en mortal fratricidio. Y en cambio, en ese amalgama de grises, a los vencedores se les ocurriera el atrevimiento de simplificarlos en blanco y negro.
No hay que tener miedo a afrontar nuestras culpas y responsabilidades. Hemos madurado y tenemos los medios para hacerlo. Dejemos que ese fausto monumento deje de llamarse Valle de Algunos Caídos, que la cristiandad allí representada goce de la compañía de los otros mártires, no quizá los de Dios, pero sí los de la Humanidad , porque fueron víctimas, como los de ETA, como los del 11M o cualquier otra catástrofe que tanto acongoja a la sociedad. No vale hacer oídos sordos, porque cada vez sonará más fuerte.
Sire
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