A la debilidad, a las mal sonantes voces que conspiran a tus espaldas. Al deseo de deshacerte en un confín reducido del mundo, mientras tu grandeza se esparce y mengua, mientras tu sonrisa se difumina y entristece, mientras ellos te abruman y tú, tú ya te has ido.
Entre todos te mataron y tú solo dijiste adiós. ¿A qué tienes miedo te pregunto yo? Al desconsuelo, a la soledad, a la guerra o a la paz. Al escarmiento o a la riña, al malestar. Tienes miedo de que te lean, de que te escriban, de que una palabra te hiera.
Tus mismos pensamientos, tus mismas ideas dejan de apiadarse de una buena voluntad. Te oprime el tenerlas y te mata el despojarte de ellas. Es como tener que lidiarlas hasta el final, hasta que se olviden y te conviertas en esa persona que solo es libre si dice lo que los demás quieren oír o están acostumbrados a hacerlo.
El negocio de la Inquisición ya ha pasado. El invento nacido en Sevilla y Córdoba se extendió como la pólvora por las Españas. El hereje era despojado de todo, multado y ajusticiado. Quizá por no entender a ese Señor engalanado, ornamentado y acompañado por los santos, ministerio del altar que consagra al verbo divino y convierte la sangre de Cristo en la de todas las víctimas del tumor maligno que sufrió este país durante más de tres siglos. Los dominicos se sabían bien la lección, la de ir pegando chivatazo, cobrando el dinero por delante. El dinero. El dinero ha vendido amigos y creado enemigos. Por él se han cambiado las fronteras y las naciones, y en cambio a él le debemos que todavía sigamos vivos.
Las cosas han cambiado, no hay que temer. Ya no hay dinero de por medio, y esa es la única cara sana de la pobreza. La mente libre, y aquí la compadezco, de tener una mirada abierta al cambio. Ya no hay tormento ni suplicio. Ya no hay demora en el pensamiento. La elocuencia y la prudencia son las únicas virtudes que nos convienen. Salgamos a la calle con una nueva mirada, hacia un nuevo mundo que está asentando las bases de un mundo mejor. Porque en la bandera de la libertad yo también bordé el amor más grande de mi vida, y es por esto por lo que mientras el mástil siga vestido batirán las alas de un albatros en los cielos marineros, ante la inmensidad del azur, en el vacío y sin miedo.
Os desconcierta lo desconocido y no es locura plantarle cara. Que me odien, con tal de que me teman, y es que la incomprensión es muy atrevida cuando te acecha y te devora. Te menosprecia y te ofende. No soy quién para dar explicaciones a quien no las va a entender, pero sí soy quién para deciros que no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, y la mayor deuda la tenéis con vosotros mismos.
Sire
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