Tuesday, August 13, 2013

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Quizá hayan cambiado los gustos, delimitados de poca astucia, que ansían conocer el secreto de vida, indagando como alquimista ansioso, mendigando el saber con finura la clave y llave que abra puertas mientras el resto del mundo espera haciendo cola.

La manada unida, el “clamor popular” que detesta elitismos y subidas de tono, colores extravagantes y dioses de extrarradio. Procuran no salir de la normalidad, del contexto aforado a la rutina. De sangre que rondan las mismas venas por cada latir, y dejar todo inerte al paso del tiempo. El no querer romper fronteras, el hervir los hierbajos como infusión porque a alguno ocurrióse la vaga receta de beber el manjar de la salud. El estar medio encaminado por un sendero paralelo al bueno, acabándose la ladera y tirándose al vacío por creencia de ir persiguiendo el camino correcto. Acercarse al terraplén, mirar el firmamento, darse cuenta del error y soberbio alzar la cabeza, que a Dios se encomiende, en vez de recular para atrás sus pasos cansados y marchitos, de fuerza y nublada pérdida ante la arrogancia de haber apostado a ciegas por la pérfida yegua.

Los incunables rezaban salpicados de bellas encuadernaciones las artes manuscritas de milenios caligrafiados. La tinta de Gütemberg que rociaba la extensa propagación de cualquiera cosa que fuera apto para el conocimiento. Difusión que ardía naciendo y se propagaba como epidemia con los vientos, por todas partes. Encolerizada la peste menguaba al escritor, pero no a sus escritos, que patanes la burlaban haciendo volumen de voluntad narrada y partiendo la garantía de asegurar que la letra contemporánea había sido vista en el mundo.

De aquello fue el paso volcado en varias vertientes, de un río sequito que poca agua de aquel queda, y es así cómo la costumbre ha cambiado. Las nuevas mentes procrean la intención con intensidad en su brevedad, porque nuestro parecer ha perecido con estímulos de brío sazonados de chasquidos y caricias. La innovación ha tergiversado el ronroneo de parsimonia e intriga que marcaban las novelas, contando el atractivo la brevedad en el asunto. Yo no quiero leer una historia, quiero leer belleza. Cómo se entremezclan las palabras siendo sorbo de galante distinción. Que evoque y deje de entretener. Que haga acopio de cordura de honor y engendre soberbio gusto por la forma dada, que insinúe la sutileza y se deje de vilezas, que trasmita la razón de elegancia y disimulo que las románticas leyendas dejan con su rima y verso al dulzor de unos labios acostumbrados a la insulsez de palabra.

Sire

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