Romper el silencio con el susurro de un llanto; el ventarrón de aquel pueblo se escuchaba tan alejado en el silencio espectral de esa cabaña, ella había guardado una noticia tres tazas de café atrás, solo estaban ella y él. Un suceso desbordó las lágrimas de aquella joven, las que un principio rompieron el silencio.
Era 1994, un año difícil para Estados Unidos, Europa y el mundo entero, pero ellos tenían sus propios problemas personales, unos muy alejados de esa realidad, su realidad era suficientemente devastadora para además arruinársela con la que estaba fuera de esas ventanas.
Seiscientos setenta y dos días juntos, ella los llevaba anotados en casi dos calendarios, pero jamás terminaría el segundo debido a esa melancólica revelación, la madre de aquel caballero había fallecido por una trágica enfermedad silenciosa, sus tres hermanos menores habían quedado solos y vivían a más de mil kilómetros de distancia, no podía traérselos por el estilo de vida que llevaban, con su madre vivían en alta alcurnia, y aquel joven vivía humilde en una cabaña en un pueblo vecino.
La vida lo puso entre la espada y la pared. Entre el amor de su familia y el amor de su vida, de la boca de la mujer solo salían suaves sollozos, casi imperceptibles por el ruido de aquella lluvia que ya se había vuelto tormenta, pero él sólo le prestaba atención a ella y cada sollozo de su boca era una puñalada para su corazón.
Ella se levantó, y le abrió de un tirón la puerta, con ella entraron grandes aires de invierno, dos mariposas perdidas y una incontable cantidad de gotas de lluvia, ella guardó sus lágrimas debajo de esas hermosas pestañas, se despidió de él con un beso y cerró la puerta con la vaga idea de sellarla para siempre.
Esa noche ella no durmió, sabía que él se había ido para jamás volver. Entre las sábanas de la noche ella se escondió, su noticia jamás pudo ser revelada, porque esa noche entre las sábanas no pereció uno, si no dos.
Anely Civy
Era 1994, un año difícil para Estados Unidos, Europa y el mundo entero, pero ellos tenían sus propios problemas personales, unos muy alejados de esa realidad, su realidad era suficientemente devastadora para además arruinársela con la que estaba fuera de esas ventanas.
Seiscientos setenta y dos días juntos, ella los llevaba anotados en casi dos calendarios, pero jamás terminaría el segundo debido a esa melancólica revelación, la madre de aquel caballero había fallecido por una trágica enfermedad silenciosa, sus tres hermanos menores habían quedado solos y vivían a más de mil kilómetros de distancia, no podía traérselos por el estilo de vida que llevaban, con su madre vivían en alta alcurnia, y aquel joven vivía humilde en una cabaña en un pueblo vecino.
La vida lo puso entre la espada y la pared. Entre el amor de su familia y el amor de su vida, de la boca de la mujer solo salían suaves sollozos, casi imperceptibles por el ruido de aquella lluvia que ya se había vuelto tormenta, pero él sólo le prestaba atención a ella y cada sollozo de su boca era una puñalada para su corazón.
Ella se levantó, y le abrió de un tirón la puerta, con ella entraron grandes aires de invierno, dos mariposas perdidas y una incontable cantidad de gotas de lluvia, ella guardó sus lágrimas debajo de esas hermosas pestañas, se despidió de él con un beso y cerró la puerta con la vaga idea de sellarla para siempre.
Esa noche ella no durmió, sabía que él se había ido para jamás volver. Entre las sábanas de la noche ella se escondió, su noticia jamás pudo ser revelada, porque esa noche entre las sábanas no pereció uno, si no dos.
Anely Civy

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