No se hiciera el tiempo de rogar en aquella cansada mañana, que despertó con un sol agotado tras la longevidad de un sábado noche. Resoplaba vientecillo fresco, volvió el rostro el mes de mayo, estando nuevamente de fina plata cubierta la sierra. Bajar callejuelas y danzar por barrios de encanto y embrujo. Donde se pasea el olor a azahar de los jardines y cármenes en flor. Lilos que brotaban, como los nardos y los celindos.
Dulce olor que seguía a la comparsa del caminar de un peregrino que iba en busca, al encuentro de un amor que en sueños había vislumbrado. Emoción que resucita al dejar evadida la mente y dar rienda suelta, con toda la cuerda, a un corazón que solloza el milagro de algún igual que lo corresponda. Sentarse a esperar. Dar mil vueltas con la cabeza por ver si aparecía, y en efecto, cuando menos te lo esperas, todo aparece, hasta el que parecía ser la criatura, de las miles de millones habidas en el mundo, que te colmara de dulzura y regalase felicidad. Qué fácil era ser feliz.
Caminemos. Caminamos. Paseo perdido, pues quería perderte, entre callejas de ensoñaciones marchitas. Prófugas y fugitivas que han estado allí siempre, al servicio de gente como nosotros. Qué fuera de aquel par que se adentró por la calle más bella del mundo, estando a un lado palacios barrocos, y al otro, el paso del darro donde vienen a parar las aguas cristalinas, de la nieve muerta, de sierra nevada.
“Después de nada fuimos más que amigos, y antes de novios unos perfectos amantes” efímera frase que voló con alas propias más aún, allá, sobre las fuentes del Generalife, de sus patios y geranios. Sobre los salones nazaríes.
El quererte maravillar era casi una odisea. Prendía la mecha, para que no fuera el sol lo único que calentara el ambiente. Viva estampa la que siempre recuerda mi parecer. Apartados, entre un público de árboles me cantaste que me harías volar hasta la luna, que me dejarías jugar con las estrellas y que en otras palabras…en fin… todo fue en otras palabras.
Hubo un silencio, que no nos pareció tenso, es más, relajado, muy relajado. Confortable y agradable como era tu presencia en aquel mágico lugar del que seguro algún escritor alguna vivencia tendría, o si no, me adelanto yo para preguntarme la de cosas que habrá visto ya la alargada sombra de las torres de la Alhambra. El beso de labios que se buscaban. Un beso y un abrazo. Recostar la cabeza sobre tu hombro y rezar con que el tiempo se parase en aquel instante. En soledad, la misma con la que un mismo ataúd es capaz de enterrar un solo cuerpo y dos corazones. Pero la eternidad solo se consigue si se guarda en el recuerdo, y si de aquello algo nunca olvidaré, será mirar el río y ver un rojo clavel flotando fantasma a la comparsa de las aguas. Caminamos. Caminemos…tal vez, nos veremos después.
Fueron instantes de minutos hechos oro. Valía de un sueño que hacía vibrar la sangre, alterarla con dulzura el consuelo de saber que de efímero todo fuera maravilloso. Suspiros callados. Dejamos al amor hacer, para que éste nos hiciera a nosotros. Esa era la ruta que estaba marcada. Y cuando acabó todo en cambio seguía insistiendo en tu amor que se perdió, en la nada. Qué triste es el dolor cuando vuelve amarga la belleza. De mí ya te has olvidado, y yo sin embargo, te recuerdo.
Lovelace
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