Tuesday, May 28, 2013

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Caminando por el sendero de la vida, veintisiete veranos, noventa y nueve caídas y cien levantadas, era una mujer muy fuerte, pero el cristal que rodeaba su persona se encontraba en extrema tensión, en cualquier momento  la doncella explotaría y con ella su esencia se despediría al infinito.

Siempre tenía una sonrisa hasta para aquellos que no se lo merecían, arrogantes, altaneros, narcisistas y desagradecidos, dio la mano y le tomaron el pie.

Seguía caminando por una vereda con más grava que arena, iba descalza sufriendo pero viviendo, porque ella no mandaba en lo que sucedía en su interior, se había vuelto víctima de sus propios sentimientos; dejo volar su corazón y este abuso de tanta libertad.

Esa noche decidió darle lugar a su única pasión, la danza; la música la hizo volar hasta lugares desconocidos, no supo en qué momento llegó a Paris, con un brinco tocaba la torre Eiffel y a su descenso caía con suave recato en el pasto, era realmente deleitoso verla bailar de esa manera.

Comenzó el tango, el flamenco y el pasodoble, era música realmente difícil de bailar en soledad, música de los amantes, que hacían el amor con las miradas y complacían sus almas con las caricias de la danza; estaba tan empecinada en sus danzares que no notó el fuerte chirrido de la puerta principal, una larga mano recorrió su cintura, no pudo evitar dar un respingo por el sobresalto y ahí estaba él, su pareja de baile. Ella nunca lo había visto, pero su corazón le dijo que era él.

Entre pasos, miradas y suspiros comenzaron el baile, lo hicieron suyo, se fundieron entre todas las notas musicales y al término de la última nota, el caballero besó a la damisela, un beso lleno de pasión, de lujuria, de deseo. No solo la tomaba por la cintura y acariciaba su cabello cobrizo, sino que de poco a poco se sumergieron sus almas, desataron una pasión carnal que hace mucho ninguno de los dos tenia, era esa excitación que no puede saciarse entre las sabanas.

Duró un instante aquel beso, pero para ellos fue una eternidad… ella corrió a la lejanía de sus caricias, sabiendo que jamás volvería a ser la misma a partir de ese instante, terminó de sonar aquel tango ya no bailado, porque ellos prendieron una llama que no se extinguiría.

Anely Civy

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