La excitación es el inicio del frenesí, esa voz cautivadora que despertaba sus deseos carnales, no sólo se dejaba llevar por su apariencia física, no él no, él siempre tenía una buena plática, siempre podías conversar amenamente con él y sentirte excitada sin ni siquiera hablar de una unión física.
Él la hacía reír, jamás la había hecho derramar una lágrima, era un hombre cautivador, un hombre de palabra; él se sentía orgulloso hasta de sus problemas mentales y eso le encantaba a ella. Podía compartir esas voces que le hablaban al oído con un verdadero caballero. Ocultaba sus deseos, ocultaba mucho más de lo que salía de su boca, ella era hipnotizada con su mirada, con la brisa que movía su cabello; qué celos, qué envidia; el viento te acaricia cuando ve que yo te estoy admirando, pensaba en silencio y sonreí con falsedad.
Parecía inocente, a veces sus ojos lo engañaban, pero no era así, él era el de la mirada inocente que sólo podía ver el reflejo de su mirada, ella se había vuelto su espejo.
Las mejores relaciones suelen darse en la clandestinidad, ese toque sensual que deja llevarse por lo tentador, lo prohibido. ¿Quién necesita tanta experiencia cuando de complacer se trataba? Una relación así es como una buena improvisación, sólo tenemos que dejarnos llevar. Pero con él no, él era más que eso, él era diferente, le gustaban las premisas, aquellas delicias primarias que solo se dan una vez, sólo la primera vez, irrepetible, incomprensible e inigualable.
Una relación larga no era el objetivo de ninguno, él quería vivir de nuevo esa primera vez y ella quería ir contra el yugo de la sociedad, estaba asqueada de tener que moverse al compás de lo permitido, ella quería desafinar y refugiarse en lo prohibido.
Se dejaron llevar por esas miradas complacientes, en la mente de cada uno pasaban ráfagas de luz que sin lugar a dudas, llegaron a cegar la inocencia de ambos, se volvieron dos narcisistas, probaron de esos deliciosos manjares que se comen con cuchara pequeña; de lo bueno poco querido, de lo bueno poco.
Él se consideraba ganador al haber complacido a aquella mujer, ya que no pensaba hacerlo por esa tarde, si no por todas aquellas que venían por delante. Ella sabía que era él porque aquellos que la querían solamente podían dar la vida por ella, tan sólo eso, y él le dio mucho más…
Anely Civy

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