Estaba delicadamente recostada sobre la arena, debajo de una humilde palapa, con un sol resplandeciente a su espalda. En ese momento ella se sentía tan complacida, tan regocijada; mañana dolerían las ampollas, pero qué importaba el mañana, teniendo el regalo del hoy.
Tenía un libro abierto, pero en cuanto escuchó el andar en las escaleras, lo cerró apresuradamente. Podía ver como se acercaba cuidadosamente él, traía manjares exquisitos entre sus manos, pero ella sólo podía ver sus ojos, brillaban más que el sol de aquella tarde, ella estaba cegada de amor, estaba maravillada de la compañía de aquel hombre.
Se veía tan hermosa a sus veinte años de edad, se le notaba ese toque sensual al reír, pero aun podías ver inocencia en su mirada; él se daría cuenta que a pesar de los años eso nunca cambiaría. La joven dama tenía una niña dentro de ella, que muchas veces ganaba las batallas, era un encanto de mujer. En la mirada de él podías ver su cultura, en su cabello y en su rostro notabas los largos viajes, los pasados amores, era un hombre mucho mayor que ella, pero él jamás se había sentido tan vivo, era un ladrón de juventud, que a pesar de los años había encontrado el verdadero amor.
Ahí estaban los tres: el mar, él y ella; la brisa acariciaba suavemente su cabello castaño y despeinaba el cabello canoso de su acompañante, al caminar él era algo torpe, un poco más lento que un humano promedio, pero al verlo en el mar entendías porque, él se movía como todo un tritón. Ella lo veía entrar y salir del agua tan tranquilamente, se fundía en el mar y parecía que los dos se hacían uno; ella le temía al mar abierto, no sabía nadar y temía morir al tocar tierras muy adentro.Verlo salir del agua hizo que el sol tuviera celos del calor que irradiaba aquella mujer, no sólo había prendido la llama de la pasión, sino que había comenzado el éxtasis de la relación; su cuerpo no era perfecto, pero para la joven era como una estatua de mármol esculpida sólo para ella. Era muy fuerte, cargó con facilidad a aquella mujer, que era un poco más grande que una mujer de su edad. En el aire ella pataleó al darse cuenta en los ojos de él lo que estaba avecinándose. Él la besó, un beso sencillo, callado, tierno y hasta inocente. El beso de la confianza. Se rindió a tan exquisita muestra de amor. Él jamás había caminado tan lento, ella lo veía incrédulo, no podía soltar su cuello y cuando sus muslos rozaron el agua dio un pequeño brinco, él tuvo que volver a besarla.
Aquella tarde acalorada, termino en una noche de pasión. Los dos amantes se quedaron en el mar, vieron el ocaso, notaron como salía cada una de las estrellas, la brillante luna llena les hacía compañía, pero esa noche sólo era de ellos, aquel tritón había encontrado a su sirena.
Anely Civy
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