Sunday, March 3, 2013

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Aún sentía sus dedos recorriendo la espalda, la palma de su mano sobre la cabeza, la boca impaciente, y las dudas tocando a la puerta.

Él, convencido, profesaba un amor profundo por esos labios. Ella imprecisa e insensata no era capaz ni de confesar.

La joven utilizaba la distancia como compañera consoladora, perdida en una ciudad que no terminaba de ser suya, y cada vez más sola por esos constantes cambios de humor. Mientras, él algo más mayor, pasaba la vida aliviando el sufrimiento ajeno, sin pensar en el suyo propio.

Ella se distraía leyendo a Borges, escuchando a Sabina y acompañada de extraños viajeros que la veían alumbrada tras luces de neón. Él,muy tierno, no dejaba de pensar un minuto en una vida juntos.

Ella, sin duda, era cobarde, un tanto insegura, escondida en la amalgama de sueños venideros. Él, aunque de apariencia fuerte, vivía inmerso en el temor cada vez que ella cogía ese autobús, sin certeza alguna de que regresara. Se repetía en la cabeza que ella le quería, que la distancia era sólo un número, sin más.

Abrió la maleta, ella prefirió no recordar porque sabía que él aún vivía en la añoranza. Todavía sin fin y sin fecha.

Liz

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