Saturday, February 23, 2013

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No hay final más triste y desolador, que aquel que deja huérfano de fantasía a tantos fieles lectores del caballero andante. Quien quiso recordar una época como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Así mismo lo contaba el padre de las letras españolas, el insigne Miguel, acordándose de su paso y visionando la batalla en Lepanto.

Es éste personaje, el fantasma de la España castellana, que deambula por los campos andaluces y manchegos con su dócil Rocinante acompañado del fiel escudero. Es el Quijote la seña de identidad que narra la vida de un entonces, como lo fue también Episodios nacionalesde Benito Pérez Galdós, cambiando las formas.

El que un principio quiso dejarlo en libertad, al trote de las aventuras en esa primera parte donde todavía se mantenía la ilusión, la sobria y firme imaginación, intentando hacer ver a su amigo de la, paradójicamente, realidad del asunto. Todos tenemos en nuestro interior un poco de Quijano, sea por haber nacido en la península, o por haber bebido del mismo vino que antaño colgaba de las barbas, de un abuelo querido y siempre abandonado a su pensar.

Triste fue la decisión de Cervantes, que sin más remedio, ante la apócrifa novela que hacía y convertía torpe a nuestro guardián del lugar de cuyo nombre nadie quiere acordarse, porque es universal. El Quijote es eterno, y si lo hubiese centrado Cervantes en una localidad sería, como ahora es García Lorca para Granada. La Mancha era Castilla, era España, es el primer lugar geográfico que indica, por su agradecimiento, no al Rey, ni a los gobernantes, sino a la tierra, a la Nación, que han hecho que se sienta orgulloso de haber peleado en Lepanto o haber sido encarcelado en Marruecos, por ver el lugar donde descansan los restos de sus antepasados, convertidos en Imperio.

El Quijote lo mismo es Andaluz que Asturiano, Valenciano o Extremeño. En Tarragona publica Avellaneda en 1614 el infamado señor nuestro, quien a causa de tal, es el creador de este viejo amigo quien decide darle muerte y dejarlo descansar en paz. Es entonces donde se habla de una sanchificación de Don Quijote y una quijotización de Sancho Panza.

“Dadme albricias buenos señores de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, quien en mis costumbres me dieron costumbres de loco, ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en el que me pusieron el haberlas leído. Ya con misericordia de Dios escarmentado en cabeza propia las abomino.”

En una primera lectura, no evoca más que desilusión, ver la fuerza con la que nace, encarnando un sueño, de libertad espiritual y sin embargo muere humano, irreconocible en tanto y cuanto sus aventuras. Pero desde mi punto de vista, el insigne autor, ha dejado que el protagonista fuese fiel a sí mismo, escondidas las intenciones que no se revelan sino en el trance hasta la muerte.

En su lecho de muerte podría identificarse su aptitud como el clímax de sanchificación al que llega su mente, al tomar contacto con la realidad, al ser capaz de ver todo como el resto, su sobrina, o el cura allí presentes. Pero no, es de ley que en los últimos minutos de agonía, la mente se evada y la paranoia de miedo hace que se diga justo lo contrario a lo que pudiera pensarse. Es este el verdadero caso de nuestro fiel amigo. Que también, sin lugar a dudas, con la muerte de Don Quijote, llega la de Cervantes, y así se cierra una etapa en la literatura española.

Sire 

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