Preso, culpable de pecar la carne y el hueso, de ahondar la mirada bajo su penumbra, de seguir el eco de su voz, de buscarle en los libros y la lluvia, en el frío y en la tierra y solo bastó con cerrar los ojos y viajar en la agonía del recuerdo.

Tras recorrer el límite de aquel abismo, no pudo más que sucumbir en sus manos y quedar atónito en esa mirada de la que se reflejaba el éxtasis del que posee un alma y es a su vez poseído, de aquel que dejó su cuerpo sometido al abandono esperando ser recogido o del que por la imperturbabilidad del tiempo exasperó su vida atado a un sueño.

Caer una vez más, caer y volver a hacerlo con la inocencia del animal confiado, que instintivamente bebe del río sin sopesar el camino de las aguas. Tal inocencia le hizo ser atrapado y ahora sus garras deambulaban inocentes, buscando cobijo en el húmedo yacimiento donde nacía la agonía de la presa.

Lobo Estepario