Thursday, December 13, 2012

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De Sevilla un patio, salpicado de flores, que rodeaban a una fuente con un surtidor. Rosas y claveles de todos los colores, vivo cuadro de tal belleza que no llegaría no a soñar un pintor. Tras de su cancela de hierro forjado había una mocita de tez bronceada, de rasgos moros, y ojos azabache. Y juntito a ella, moreno y plantado, un mozo encendido que hablándole está.
Con sombrero negro y chaqueta corta vino, a las brujas horas del anochecer. La luna rosa de plata, bañó el patio con su luz y muy cerquita de su novia dijo el mocito andaluz: “Rocío, ay mi Rocío, manojito de claveles, capullito florecío; de pensar en tus quereres voy a perder el sentío, porque te quiero mi vida como nadie te ha querido, Rocío, ay mi Rocío”.
Copla con arte, de capa y espada, de tierra y casta. Ella, enamorada como bien estaba, de alguien contra quien no se puede luchar, ni combatir, ni dialogar. Convencer intentaba el joven a quien palabra tenía que tomar, y sin embargo, por no coger, mujeres vuestras rosas, pasó el tiempo, y sin beberlo ni comerlo llegaron días de futuro con sabor a presente acelerando el paso.
Ahora es otro el patio, salpicado de rosas, patio de las monjas de la Caridad, donde hasta la fuente llora silenciosa la canción amarga de su soledad. Regando las flores hay una monjita, que como ellas tiene carita de flor, y que se parece a aquella mocita que tras la cancela le hablaban de amor. Esa era Rocío, a la que había convertido el tiempo, la que cada mañana recordaba a aquel mozo que copla cantaba y que ahora, algunas veces llora tras la celosía. 


Lovelace

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