Wednesday, December 19, 2012

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 Cada una de las décadas está marcada por una tendencia dominante, producto de las circunstancias histórico-políticas y socio-culturales del momento: en los 40 destaca la novela existencial; en los 50 el realismo social y en los 60 la novela experimental o estructural.


DÉCADA DE 1940
Los años 40 son años difíciles de posguerra y de dictadura franquista; de ais­lamiento internacional, pobreza, hambre, represión y férrea censura. Se publica una novela de los vencedores con una visión dialéctica de la sociedad, dividida en «buenos y malos», bastante triunfalista, debido sobre todo a la intención de represión orientada a los fieles a la república o considerados por los sublevados como tales. Hasta que algunos escritores encuentran en el enfoque existencial su forma de expresión del desconcierto, el desequilibrio de fuerzas y la angustia vital.

 En 1942 Cela escribe La familia de Pascual Duarte, con la que se inaugura el llamado «tremendismo», caracterizado por la descrip­ción truculenta de lo más feo de la sociedad, con personajes que cuentan hechos violentos o desagradables en un lenguaje duro, propio de su medio degradado. La novela entronca con una tradición que pasa por la picaresca, el drama rural y el determinismo de Baraja. En 1944 Carmen Laforet publica Nada, -ganando al año siguiente el Premio Nadal-. En 1947 un joven Delibes recibe el Premio Nadal por su novela La sombra del ciprés es alargada, en que también hay frustración y tristeza a pesar de la resignación religiosa.



Como se ve, en la novela existencial los temas predominantes son la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte... Los personajes son seres margi­nados, violentos u oprimidos (criminales, prostitutas, etc.), a veces con taras físicas o psíquicas, que viven desorientados. Los espacios son limitados, estre­chos, cerrados (una celda, un hospital, una habitación, etc.) y se observa una pre­ferencia por la primera persona y el monólogo (el personaje cuenta su pasado).
Todo ello se debe a la inadaptación, la guerra ha vaciado el ímpetu de los escritores, la ilusión de las personas convirtiéndolos en seres náufragos del silencio, de represión, de sufrimiento. Son tiempos realmente difíciles para todos y eso, es prácticamente lo que se plasma en la novela. Carmen Laforet hace un retrato de aquella sociedad hipócrita voraz enmarcada en la Barcelona de los cuarenta.


DÉCADA DE 1950
En los años 50 empieza una tímida apertura al exterior (acuerdo con EE.UU, ingreso en la ONU) que coincide con una cierta relajación de censura a editoriales «más abiertas», con el éxodo rural y la consolidación de la clase media burguesa así como con los conflictos de clase y las protestas de universitarios u obreros contra el régimen. Los autores encuentran en la novela social su instrumento para la denuncia. Los antecedentes están en el realismo español decimonónico con cierto costumbrismo (Galdós), en la Generación del 98 con su denuncia del estancamiento nacional (Azorín, Baraja) y en la literatura extranjera del neorrealis­mo italiano (Pasolini) o la generación perdida americana (Faulkner, Dos Passos, Steinbeck, Hemlngway), que resaltan los rasgos desagradables o grotescos.

Hay dos tendencias de realismo social: el objetivismo y el realismo crítico.

En ambas hay compromiso social pero en el caso del objetivismo se refleja fielmente la realidad, conductas y diálogos de los personajes, sin mediar comentarios o interpretaciones del autor y la crítica está implícita, mientras que en el realismo crítico, ésta es explícita. Ejemplo del objetivismo es El Jarama (1955) de Rafael Sánchez Ferlosio. Representativas del realismo crítico son las obras Central eléctrica de López Pacheco; La piqueta de Antonio Ferres; y La zanja de Alfonso Grosso.

En las novelas de realismo social prima el personaje colectivo frente al del individuo –Se utiliza el estereotipo frente al complejo personaje individual, debido a que se desea hacer reflejo de la realidad, por ello no se centra en las características concretas del individuo-. Lenguaje claro y sencillo con diálogos en estilo directo entre personajes. La estructura es sencilla: hay narración lineal con cuadros de situaciones cotidianas y los espacios y tiempos son reduci­dos. Obras de esta época son: La colmena de Cela (1951); Industrias y andanzas de Alfanhuí de Sánchez Ferlosio; El ca­mino (1950) de Delibes.

Son singulares Ana M.a Matute conjugando realismo y lirismo, y Álvaro Cunqueiro con su línea de fanta­sía, de mitos y elementos mágicos.

En el exilio, destacan Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender de 1953; Max Aub con temática de la Guerra Civil y Arturo Barea con la trilogía La forja de un rebelde, entre autobiográfica e histórica con tintes comprometidos.


DÉCADA DE 1960
Los años 60 son los del desarrollo económico, el crecimiento del turismo y el cambio de mentalidad. Aumenta la emigración y la oposición al régimen franquista. Ahora interesa más la renovación (lingüística y formal) aunque no se pierda la intención crítica.

En 1962 aparece una novela de Luis Martín Santos, Tiempo de silencio. Esta obra introduce las novedades características de la novela experimental de esta déca­da: el enfoque existencial extendido también a las clases sociales desfavoreci­das, que en la novela social eran siempre inocentes; la estructura en secuencias (63) en vez de en capítulos, con alguna ruptura temporal para narrar hechos de seis días; el punto de vista múltiple que incluye el monólogo interior, el estilo indirecto libre y la segunda persona para hablar con uno mismo; el lenguaje experimental y culto: denso, recargado, salpicado de cultismos, tecnicismos mé­dicos, neologismos {churumbelimportantes), coloquialismos {cadacuala, chulear), argot (darse de naja) y brillantes recursos retóricos; con unas descripciones y sin­taxis complejas y con referencias mitológicas para describir personajes vulgares (así Florita es Nausícaa  y Pedro hace una odisea).

Otros autores representativos son: Juan Benet que publica Volverás a Región; Juan Marsé autor de Últimas tardes con Teresa; Miguel Delibes, cuya novela Cinco horas con Mario (1966); Juan Goytisolo, que publica Señas de identidad, de estructura compleja como la vida del protagonista, fotógrafo exiliado que reflexiona sobre España cuando regresa un tiempo a la finca familiar.

Sire

En las imágenes Carmen Laforet, Miguel Delibes, Juan Goytisolo.

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